Tuesday, July 22, 2008

Aristófanes


Aristófanes
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Para otros usos de este término véase Aristófanes (desambiguación).


Aristófanes
Aristófanes (en griego Ἀριστοφάνης) fue un dramaturgo griego que nació y murió en Atenas sobre el 444 a. C. y el 385 a. C. respectivamente.
Biografía
Vivió durante la Guerra del Peloponeso, época que coincide con el esplendor del imperio ateniense y su consecuente derrota a manos de Esparta. Sin embargo, también fue contemporáneo del resurgimiento de la hegemonía ateniense a comienzos del siglo IV a. C.
Leyendo a Aristófanes es posible hacerse una idea de las intensas discusiones ideológicas (políticas, filosóficas, económicas y literarias) en la Atenas de aquella época.
Su postura conservadora le llevó a defender la validez de los tradicionales mitos religiosos y se mostró reacio ante cualquier nueva doctrina filosófica. Especialmente conocida es su animadversión hacia Sócrates, a quien en su comedia Las nubes lo presenta como un demagogo dedicado a inculcar todo tipo de insensateces en las mentes de los jóvenes. En el terreno artístico tampoco se caracterizó por una actitud innovadora; consideraba el teatro de Eurípides como una degradación del teatro clásico.
ObraS
Desde su juventud escribió comedias. Se conservan once obras suyas, desarrolladas con una estructura definida en la que alternan el diálogo y el canto:
• Los acarnienses, 425 a. C.
• Los caballeros, 424 a. C.
• Las nubes, 423 a. C. Una sátira contra los nuevos filósofos, como Sócrates.
• Las avispas, 422 a. C.
• La paz, 421 a. C.
• Las aves, 414 a. C. Una sátira del imperialismo ateniense.
• Lisístrata, 411 a. C.
• Las Tesmoforias, 411 a. C.
• Las ranas, 405 a. C.
• Las asambleístas, 392 a. C.
• Pluto, 388 a. C.
Aristófanes presenta su primera comedia a un certamen siendo tan joven que no la puede hacer con su nombre por no estar permitido. Esta pieza se presenta en el 427 y fue llamada, “Los Convidados”, hoy desaparecida. Su segunda obra es “Los Babilonios” y fue representada en 426 a. C. esta comedia tambien esta desaparecida.
Curiosidades
En honor a Aristofánes se bautizó al asteroide 2934 con su nombre.
El gesto obsceno de levantar el dedo mayor, que muchos creeríamos moderno, aparece ya en Las Nubes, escrita cuatrocientos años antes de Cristo. En esa comedia un rústico al que le hablan de un verso dactilo (en griego, dedo) yergue el mayor y pregunta "¿Cuál? ¿Este?", con lo que seguramente despertó las risas del público.
• Aristófanes (1995), Comedias, Obra completa (3 volumenes, en preparación). Madrid: Editorial Gredos. ISBN 978-84-249-1677-0.
1. (1995) Volumen I: Los Acarnienses. Los Caballeros, Introduccciones, traducción y notas de Luis Gil Fernández. «Premio Nacional a la obra de un traductor» 1999. Madrid: Editorial Gredos. ISBN 978-84-249-1678-7.
• – (1994), Lisístrata, traducción, prólogo y notas de J. A. Moreno Jurado, Sevilla: Padilla Libros. ISBN 978-84-87039-63-8.
• Velásquez, Óscar. Aristófanes: Nubes. Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 2005. Traducción, Introducción y Notas.
Sobre Aristófanes
• Arnould, D. (1997), «Le rire selon Aristophane», Aristophane: la langue, la scène, la cité. Actes du colloque de Toulouse 17-19 mars 1994, Le Rane 20, pp.97-106. Ed. par P. Thiercy et M. Menu. Bari, Levante.
• Calderón Dorda, E. (1999), La embriaguez en Aristófanes: análisis léxico, pp.5-18. Myrtia 14.
• Campagner, R. (2001), Lessico agonistico di Aristofane, 462 pp. Roma - Pisa, Edizioni dell'Ateneo.
• Literatura Griega Antigua
• Teatro de la Antigua Grecia
• Tragedia griega
• Esquilo
• Sofocles
• Eurípides
• Teatro griego estructura
• Comedia griega
• Los acarnienses
• Los caballeros
• Las nubes
• Las aves

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• Wikiquote alberga frases célebres de Aristófanes.
• Obras de Aristófanes en el Proyecto Gutenberg
• Obras de Aristófanes en la Cervantes Virtual
• Obras de Aristófanes en Domínio Público
• Las avispas (Aristófanes)
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Categoría: Comediógrafos griegos

Lisístrata


Lisístrata
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Lisístrata (en griego Λυσιστράτη) es la obra de teatro más famosa del dramaturgo de la Grecia Clásica Aristófanes.
Juramento inicial (fragmento)
Lisístrata: Lampito, todas las mujeres, vengan, toquen esta copa, y repitan después de mí: no tendré ninguna relación con mi esposo o mi amante.
Cleónica: No tendré ninguna relación con mi esposo o mi amante.
Lisístrata: Aunque venga a mí en condiciones lamentables.
Cleónica: Aunque venga a mí en condiciones lamentables. (¡Oh Lisístrata, esto me está matando!)
Lisístrata: Permaneceré intocable en mi casa.
Cleónica: Permaneceré intocable en mi casa.
Lisístrata: Con mi más sutil seda azafranada.
Cleónica: Con mi más sutil seda azafranada.
Lisístrata: Y haré que me desee.
Cleónica: Y haré que me desee.
Lisístrata: No me entregaré.
Cleónica: No me entregaré.
Lisístrata: Y si él me obliga.
Cleónica: Y si él me obliga.
Lisístrata: Seré tan fría como el hielo y no le moveré.
Cleónica: Seré tan fría como el hielo y no le moveré.
(...) Lisístrata: ¿Todas han jurado?
Mirrina: Todas.
Las comedias de Aristófanes son de un gran interés histórico, además de su valor literario, ya que gracias a ellas se puede conocer la vida cotidiana de los atenienses. El autor protestó con frecuencia contra la guerra. En Lisístrata, Los acarnienses y La paz defendió las soluciones pacíficas contra los demagogos que impulsaban al pueblo a la guerra.
Lisístrata (cuyo nombre significa “la que disuelve los ejércitos”), es la mujer de un soldado ateniense, que cansada de las continuas guerras entre Atenas, Esparta y otras Poleis griegas, reúne a las mujeres de ambos bandos y les propone iniciar una huelga de tipo sexual. La idea no gusta en principio, pero ella logra convencer a todas las mujeres de Grecia de que no copulen con sus esposos hasta que estos firmen la paz. Al final de la obra, los hombres, faltos de sexo, deciden dejar de luchar, firman la paz y ponen fin a la huelga de piernas cruzadas de sus mujeres.

Personajes
• Mujeres: Lisístrata; Cleónica (Kalonike); Mirrina; Lampitó; Coro de Viejas; otras.
• Coro de Viejos.
• Consejero.
• Cinesias.
• Niño de Cinesias.
• Heraldo Espartano.
• Prítanis.
• Espartano.
• Ateniense.
Repercusión
Lisístrata se ha convertido en un símbolo del esfuerzo organizado y pacífico en favor de la paz. Es por ello que se usó el nombre para el Lysistrata project (Proyecto Lisístrata), un acto teatral que se efectuó el lunes 3 de marzo de 2003 de manera simultánea en más de 42 países en favor de la paz. Ese día miles de personas participaron en aproximadamente 700 lecturas dramatizadas de la obra, que se realizaron a beneficio de organizaciones sin fines de lucro que trabajan por la paz y que ofrecen ayuda humanitaria.
Bibliografía
Aristófanes. Lisístrata. Introducción, traducción y notas de Luis M. Macía Aparicio. Madrid: Ediciones Clásicas, 1997.

DANTE


Dante Alighieri
(1265-1321). Poeta, prosista, teórico de la literatura, filósofo y pensador político italiano. Está considerado como una de las figuras más sobresalientes de la literatura universal, admirado por su espiritualidad y por su profundidad intelectual.
Nació en Florencia, en el seno de una familia que pertenecía a la pequeña nobleza.
Se sabe muy poco acerca de la educación de Dante, aunque sus libros reflejan una vasta erudición que comprendía casi todo el conocimiento de su época. En sus comienzos ejercieron una gran influencia sobre él las obras del filósofo y retórico Brunetto Latini, que aparece, por otro lado, como personaje destacado en la Divina Comedia.
La primera obra literaria de Dante fue La vida nueva. Se compone de poemas en forma de soneto y de canzone, entre los que se intercalan textos en prosa.
Pasó sus últimos años en Ravena, donde murió el 13 o el 14 de septiembre de 1321. Fue enterrado en esta ciudad, pero sus restos han sido reclamados durante siglos por los florentinos, que le tenían reservada una sepultura en la iglesia de la Santa Croce.
La obra maestra de Dante, la Divina Comedia, la debió comenzar alrededor de 1307 y la concluyó poco antes de su muerte. Se trata de una narración alegórica en verso, de una gran precisión y fuerza dramática, en la que se describe el imaginario viaje del poeta a través del Infierno, el Purgatorio y el Paraíso.

Frases celebres de Dante Alighieri

1. "No hay mayor dolor en el infortunio que recordar el tiempo feliz ."

2. "El vino siembra poesía en los corazones."

3. "No hay mayor dolor que acordarse de los tiempos felices en la desgracia."

4. "Se debe temer sólo aquello que puede perjudicar a otro; lo demás, no, que no da miedo."

5. "No menos que saber, dudar me gusta más."

6. "Vuestra fama es como la flor, que tan pronto brota, muere, y la marchita el mismo sol que la hizo nacer de la tierra ingrata."

7. "Conocerás por experiencia lo salado del pan ajeno, y cuán triste es subir y bajar las escaleras en un piso ajeno."


8. "Quien sabe de dolor, todo lo sabe."

9. "Hay un secreto para vivir feliz con la persona amada: no pretender modificarla."

10. "El alma para amar ha sido creada, mas se complace en cosas pasajeras, cuando por los placeres es llamada."

11. "Vuestra aprehensión convierte en verdaderas las ilusiones, que al deseo incitan, y el ánimo seducen placenteras."

12. "Bien merece el mortal que se lamenta, corriendo tras de cosa que no dura, la suerte que en la vida lo atormenta."

13. "Me ató a sus brazos, con placer tan fuerte, que, como vez, ni aun muerta me abandona."

14. "Pronto se aprende a amar a un corazón gentil."

Monday, July 21, 2008

EL MACHETE


EL MACHETE
Por; JOSÉ MIGUEL SOTO JIMÉNEZ

HISTORIA: El machete del general Pedro Santana, el mismo que el Arzobispo Nouel puso en manos de Trujillo un 17 de octubre de 1936, cuando el generalísimo tenía 44 años de edad, es presentado aquí con su magia y sobresaltos, con sus traumas y visiones fantasmales

El sable embrujado
EL ARMA GANADORA DE LA BATALLA DE AZUA REPOSABA COMO OFRENDA EN EL SANTUARIO DE HIGUEY

SANTO DOMINGO.- Trujillo tenía seis años en el poder y cuarenta y cuatro de edad, cuando recibió un 17 de octubre de 1936, de manos del arzobispo Nouel, la espada de honor, que el general Pedro Santana usaba para las grandes ocasiones oficiales.

El machete tosco del hatero, instrumento forjador de separaciones necesarias y de iniquidades, gestor de arbitrariedades y asiento de pesadas memorias ancestrales, lo recibió el Jefe mucho antes de eso, con pretensión de ungido sacramental, cuando se lo dio el mismo cura ilustre en el treinta, como un legado de reciedumbres, o como un viejo fetiche bárbaro de autoridad, base primordial del despotismo.

El hierro rústico, bueno para la guerra, era el mismo sable gallito, bautizado así, cuando el machete cañero se vistió de heroicidades, era el mismo acero canario con que Santana, ganó teniendo cuarenta y cuatro años, la Batalla de Azua.

El arma reposaba como ofrenda en el santuario de Higuey, entre los tesoros de la Virgen, desde hacia muchos años, y el prelado, ni corto ni perezoso, advirtiendo semejanzas, aprovecho los famosos recorridos cívicos por todo el país a caballo, para poner de nuevo a cabalgar el instrumento memorable, para sudarlo entre las muchedumbres y pasearlo por la geografía de la patria atormentada, como si se quisiera, sacarlo del reposo y darle vida renovada, sirviendo de amuleto propiciatorio, articulándolo como símbolo, a sabiendas del efecto que produciría en el animo supersticioso del nuevo caudillo la rustica reliquia trasmisora del efluvio de viejos rigores y recias tradiciones.

Pero también Nouel se lo entregó con la secreta intención litúrgica, de despojar a Tatica de una prenda tan pesada a su bondad. El dictador la recibió entusiasta y se lo terció a la usanza del hato, esbozando una sonrisa de satisfacción como si viera en el gesto que la historia le guiñaba el ojo.

Talismán
Por eso, al entrotarse por el país, no dejo nunca este sangriento talismán, que paseaba orgulloso por todos los rincones de la nación, con la firme convicción, de que el machete formalizaba ese relevo histórico de dominador a dominador, en el que el pasado le entregaba al presente el hato inmenso de la República.

Eran los días aquellos de su cruzada para imponer el orden, una guerra amañada contra la anarquía en que nos jugamos la libertad, por una seguridad que nos lacraría el alma. El tema central del régimen era la pacificación de un pueblo cansado de heroísmos, la lucha a brazo partido contra los caudillos que se dividían los fastos de la nación, entre las pequeñeces de sus miras personales.

Por eso le vino bien a Trujillo la posesión de este símbolo sangriento, que lo investía como domador de tigres y patrón de taitas, sobre todo, por venir de quien venia y en tan buena oportunidad, que uso la ancianidad de esa arma truculenta para aplastar a sus contrarios, como en efecto lo hizo antes y después, sin reparar en tratos y alianzas, no dando chances ni segundas oportunidades a los cientos de generales de cantón que no se le plegaran de inmediato de forma incondicional, a costa de la misma vida, o de quien sabe que diabluras que podían alcanzar sin remedio a sus descendientes.

Vino la calma Después del ciclón de San Zenón, la principal labor del Jefe fue pasear a caballo aquel rústico instrumento, para dejar bien sentados sus dominios, porque muchos entendieron el huracán como un mal hado y lo abandonaron y se le “encacataron” en el Cibao, y él se fue hasta allí, para montar el toro y tumbarlo por la cola.

Cuando acordándose de Mon entró a la villa heroica de Moca, tierra viril de Jose Contreras, del único general ciego que recuerda la historia, lugar azote de dictadores y tiranos, cayó abatido entre armas, en las lomas de Jamao, el bravo general Cipriano Bencosme. Piro Estrella, arisco como el hurón, se le alzó secundando a Cipriano, en la loma de los Amaceyes.

Él, que había sido de los Come Burros, siendo un muchacho en la época de la montonera, llegó a general en un pleito de antaño, porque siendo un imberbe, a la hora del paredón, sus enemigos se resistieron a fusilarlo, porque no tenia aun barba ni bigote.-A este muchacho nalga sucia, lo que hay que darle una pela, y él impetuoso, le dijo que lo fusilaran también con sus amigos, porque el era un macho de hombre, provocando así un asombro y admiración que le dio fama.

Arma en ristre
En diciembre del treinta, se le alzó Piro a Trujillo con el orador Cuchico Jiménez y el jefe lo fue a buscar y se entendieron, con la condición de que el orador le entregara la revolución en un mitin en el parque de Santiago. -Todavía mi carabina esta caliente del último disparo contra las fuerzas de este hombre, dijo el poeta de la Joya ante su pueblo, llevado allí por la astucia de Trujillo para descalificarlo ante su gente.

-Entramos en trato, siempre y cuando ustedes me entreguen la revolución frente a Santiago, les dijo el jefe, sabiendo que era necesario amansar aquel pueblo, corazón donde había latido siempre el heroísmo.-

Piro Estrella y yo, fuimos quienes más lo combatimos hasta hace un rato, y hoy acudimos frente a este pueblo, que es testigo de nuestras luchas, para rendir nuestras armas ante los imperativos del progreso.

Porque este hombre, pueblo heroico de Santiago, representa la promesa de la paz, y por su boca nos habla el futuro. –A partir de ahora el muchacho este se va conmigo en mis recorridos, para que le hable a la gente, le dijo Trujillo a Piro refiriéndose a Cuchico, mientras el caudillo seguía sus recorridos sofocando revueltas e imponiendo la paz esa de los cementerios.

Paz y orden
Mitin tras mitin, en las llamadas Revistas Cívicas, Trujillo imponía la retórica de la paz y el orden. El dictador, aunque sureño, tenía por el Cibao una predilección romántica. En sus tiempos de guardia, allá en la tierra de Maria Santísima, se había hecho aficionado, al perico ripiao, a las mujeres de cintura estrecha, a las metáforas de sus oradores, a los versitos de amor de sus poetas cursis y a las comidas fritas.

Acto tras acto, Trujillo miraba de reojo y con cierta picardía, el machete aquel que pendía de su cuerpo, mientras todos murmuraban borrachos de superstición, que contra ese hombre nada se podía, mientras llevase el machete de Pedrito, sin saber que todo ello, era una mezcla folklórica de triquinuelas con reflejos de los trucos de los manes que manejan la rueda chueca del destino.

Veleidades
Mañas viejas de quien se sabe conocedor del pueblo y sus manías, y manejador de sus signos claves. No en vano ha decretado, como parte de su ritual, la imposición del himno de Reyes y Prudhomme en los actos oficiales. No es casualidad que mantenga un bisnieto de francisco del Rosario Sánchez en su Estado Mayor.

Tampoco es fortuito que un hijo bastardo de Meriño sea su tribuno favorito, ni mucho menos, que los hijos de Lucas Días estén entre sus íntimos, mientras un vástago del general Jose Leger, comanda parte de sus tropas, y un nieto de los Puello, don Víctor Garrido, será una de sus plumas predilectas. Los descendientes de Imbert, representaran su poder en Puerto Plata, los de Eliseo Cabrera en Moca, los de Hungría en Santiago, los de Demetrio en la Línea.

Un nieto del general restaurador, Braulio Álvarez, será su amigo preferido. Un hijo del general Achín Peynado, don Mozo, será su premier en el cuarenta, otro de la estirpe de Jose Maria Cabral, será su escudero en el congreso, un Troncoso de la Concha será su comodín, mientras, un hijo de Federico Henríquez y Salome, será su Superintendente de Enseñanza.

Otros más
Como el brigadier Juan Sánchez Ramírez, con aires de papagayo tropical, el jefe usara vistosos uniformes y medallas para impresionar el pueblo, amara los símbolos y la teatralidad durante todo su vida y ello con fuerza de fe, lo impulso a ponerse, en la primera de sus múltiples toma de posesión presidencial, el mismo uniforme orlado, que usaba en las grandes ocasiones, el general Ulises Heureaux, con bicornio y bastón de mando y con el peto bordado con hilos de oro, representando los laureles de una gloria vieja y trasnochada, que sin ser realmente la suya, lo era por los efectos de una herencia absurda, ilógica e inexplicable.

Por eso, cuando cruzó con ínfulas de capitán ecuestre, el entonces caudaloso río Mao, con poca escolta y buen talante, rodó sin vida la cabeza legendaria del general Desiderio Arias. El machete legendario estaba ahí, era el mismo que había pasado de mano en mano, desde la Limonade en 1691, a la Virgen y de ella, a Santana Padre, que decapitó en Guaiquia a Ferrand, de ahí pasó a Santana el hijo y por ultimo, al nieto de Diyeta Chevalier y Silverita Valdez.

Tuesday, July 1, 2008

DOS PESOS DE AGUA (JUAN BOSCH)


Dos pesos de agua
[Cuento. Texto completo]

Juan Bosch
La vieja Remigia sujeta el aparejo, alza la pequeña cara y dice:

-Dele ese rial fuerte a las ánimas pa que llueva, Felipa.

Felipa fuma y calla. Al cabo de tanto oír lamentar la sequía levanta los ojos y recorre el cielo con ellos. Claro, amplio y alto, el cielo se muestra sin una mancha. Es de una limpieza desesperante.

-Y no se ve nadita de nubes -comenta.

Baja entonces la mirada. Los terrenos pardos se agrietan a la distancia. Allá, al pie de la loma, un bohío. La gente que vive en él, y en los otros, y en los más remotos, estará pensando como ella y como la vieja Remigia. ¡Nada de lluvia en una sarta bien larga de meses! Los hombres prenden fuego a los pinos de las lomas; el resplandor de los candelazos chamusca las escasas hojas de los maizales; algunas chispas vuelan como pájaros, dejando estelas luminosas, caen y florecen en incendios enormes: todo para que ascienda el humo a los cielos, para que llueva... Y nada. Nada.

-Nos vamos a acabar, Remigia -dice.

La vieja comenta:

-Pa lo que nos falta.

La sequía había empezado matando la primera cosecha; cuando se hubo hecho larga y le sacó todo el jugo a la tierra, les cayó encima a los arroyos; poco a poco los cauces le fueron quedando anchos al agua, las piedras surgieron cubiertas de lama y los pececillos emigraron corriente abajo. Infinidad de caños acabaron por agotarse, otros por tornarse lagunas, otros lodazales.

Sedientos y desesperados, muchos hombres abandonaron los conucos, aparejaron caballos y se fueron con las familias en busca de lugares menos áridos.

La vieja Remigia se resistía a salir. Algún día caería el agua; alguna tarde se cargaría el cielo de nubes; alguna noche rompería el canto del aguacero sobre el ardido techo de yaguas. Algún día...

***

Desde que se quedó con el nieto, después que se llevaron al hijo en una parihuela, la vieja Remigia se hizo huraña y guardadora. Pieza a pieza fue juntando sus centavos en una higera con ceniza. Los centavos eran de cobre. Trabajaba en el conuquito, detrás de la casa, sembrando maíz y frijoles. El maíz lo usaba en engordar los pollos y los cerdos; los frijoles servían para la comida. Cada dos o tres meses reunía los pollos más gordos y se iba a venderlos. Cuando veía un cerdo mantecoso, lo mataba; ella misma detallaba la carne y de las capas extraía la grasa; con ésta y con los chicharrones se iba también al pueblo. Cerraba el bohío, le encarbaba a un vecino que le cuidara lo suyo, montaba el nieto en el potro bayo y lo seguía a pie. En la noche estaba de vuelta.

Iba tejiendo su vida así, con el nieto colgado en el corazón.

-Pa ti trabajo, muchacho -le decía-. No quiero que pases calores, ni que te vayas a malograr, como tu taita.

El niño la miraba. Nunca se le oía hablar, y aunque apenas alzaba una vara del suelo, madrugaba con su machete bajo el brazo y el sol le salía sobre la espalda, limpiando el conuco.

La vieja Remigia tenía sus esperanzas. Veía crecer el maíz, veía florecer los frijoles; oía el gruñido de sus puercos en la pocilga cercana; contaba las gallinas al anochecer, cuando subían a los palos. Entre días descolgaba la higera y sacaba los cobres. Había muchos, llegó también a haber monedas de plata de todos tamaños.

Con un temblor de novia en la mano, Remigia acariciaba su dinero y soñaba. Veía al muchacho en tiempo de casarse, bien montado en brioso caballo alazano, o se lo figuraba tras un mostrador, despachando botellas de ron, varas de lienzo, libras de azúcar. Sonreía, tornaba a guardar su dinero, guindaba la higera y se acercaba al nieto, que dormía tranquilo.

Todo iba bien, bien. Pero sin saberse cuándo ni cómo se presentó aquella sequía. Pasó un mes sin llover, pasaron dos, pasaron tres. Los hombres que cruzaban por delante de su bohío la saludaban diciendo:

-Tiempo bravo, Remigia.

Ella aprobaba en silencio. Acaso comentaba:

-Prendiendo velas a las ánimas pasa esto.

Pero no llovía. Se consumieron muchas velas y se consumió también el maíz en sus tallos. Se oían crujir los palos; se veían enflaquecer los caños de agua; en la pocilga empezó a endurecerse la tierra. A veces se cargaba el cielo de nubes; allá arriba se apelotonaban manchas grises; bajaban de las lomas vientos húmedos, que alzaban montones de polvo...

-Esta noche sí llueve, Remigia -aseguraban los hombres que cruzaban.

-¡Por fin! Va a ser hoy -decía una mujer.

-Ya está casi cayendo -confiaba un negro.

La vieja Remigia se acostaba y rezaba: ofrecía más velas a las ánimas y esperaba. A veces le parecía sentir el roncar de la lluvia que descendía de las altas lomas. Se dormía esperanzada; pero el cielo amanecía limpio como ropa de matrimonio.

Comenzó la desesperación. La gente estaba ya transida y la propia tierra quemaba como si despidiera llamas. Todos los arroyos cercanos habían desaparecido; toda la vegetación de las lomas había sido quemada. No se conseguía comida para los cerdos; los asnos se alejaban en busca de mayas; las reses se perdían en los recodos, lamiendo raíces de árboles; los muchachos iban a distancias de medio día a buscar latas de agua; las gallinas se perdían en los montes, en procura de insectos y semillas.

-Se acaba esto, Remigia. Se acaba -lamentaban las viejas.

Un día, con la fresca del amanecer, pasó Rosendo con la mujer, los dos hijos, la vaca, el perro y un mulo flaco cargado de trastos.

-Yo no aguanto, Remigia; a este lugar le han hecho mal de ojo.

Remigia entró en el bohío, buscó dos monedas de cobre y volvió.

-Tenga; préndamele esto de velas a las ánimas en mi nombre -recomendó.

Rosendo cogió los cobres, los miró, alzó la cabeza y se cansó de ver cielo azul.

-Cuando quiera, váyase a Tavera. Nosotros vamos a parar un rancho allá, y dende agora es suyo.

-Yo me quedo, Rosendo. Esto no puede durar.

Rosendo volvió el rostro. Su mujer y sus hijos se perdían ya en la distancia. El sol parecía incendiar las lomas remotas.

***

El muchacho se había puesto tan oscuro como un negro. Un día se le acercó:

-Mamá, uno de los puerquitos parece muerto.

Remigia se fue a la pocilga. Anhelantes, resecas las trompas, flacos como alambres, los cerdos gruñían y chillaban. Estaban apelotonados, y cuando Remigia los espantó vio restos de un animal. Comprendió: el muerto había alimentado a los vivos. Entonces decidió ir ella misma en busca de agua para que sus animales resistieran.

Echaba por delante el potro bayo; salía de madrugada y retornaba a medio día. Incansable, tenaz, silenciosa, Remigia se mantenía sin una queja. Ya sentía menos peso en la higuera; pero había que seguir sacrificando algo para que las ánimas tuvieran piedad. El camino hasta el arroyo más cercano era largo; ella lo hacía a pie, para no cansar la bestia. El potro bayo tenía las ancas cortantes, el pescuezo flaco, y a veces se le oían chocar los huesos.

El éxodo seguía. Cada día se cerraba un nuevo bohío. Ya la tierra parda se resquebrajaba; ya sólo los espinosos cambronales se sostenían verdes. En cada viaje el agua del arroyo era más escasa. A la semana había tanto lodo como agua; a las dos semanas el cauce era como un viejo camino pedregoso, donde refulgía el sol. La bestia, desesperada, buscaba donde ramonear y batía el rabo para espantar las moscas.

Remigia no había perdido la fe. Esperaba las señales de lluvia en el alto cielo.

-¡Ánimas del Purgatorio! -clamaba de rodillas-. ¡Ánimas del Purgatorio! ¡Nos vamos a morir achicharrados si ustedes no nos ayudan!

Días más tarde el potro bayo amaneció tristón e incapaz de levantarse; esa misma tarde el nieto se tendió en el catre, ardiendo en fiebre. Remigia se echó afuera. Anduvo y anduvo, llamando en los distantes bohíos, levantando los espíritus.

-Vamos a hacerle un rosario a San Isidro -decía.

-Vamos a hacerle un rosario a San Isidro -repetía.

Salieron una madrugada de domingo. Ella llevaba el niño en brazos. La cabeza del muchacho, cargada de calenturas, pendía como un bulto del hombro de su abuela. Quince o veinte mujeres, hombres y niños desharrapados, curtidos por el sol, entonaban cánticos tristes, recorriendo los pelados caminos. Llevaban una imagen de la Altagracia; le encendían velas; se arrodillaban y elevaban ruegos a Dios. Un viejo flaco, barbudo, de ojos ardientes y acerados, con el pecho desnudo, iba delante golpeándose el esternón con la mano descarnada, mirando a lo alto y clamando:

¡San Isidro Labrador!
¡San Isidro Labrador!
Trae el agua y quita el sol,
¡San Isidro Labrador!

Sonaba ronca la voz del viejo. Detrás, las mujeres plañían y alzaban los brazos.

***

Ya se habían ido todos. Pasó Rosendo, pasó Toribio con una hija medio loca; pasó Felipe; pasaron unos y otros. Ella les dio a todos para las velas. Pasaron los últimos, una gente a quienes no conocía; llevaban un viejo enfermo y no podían con su tristeza; ella les dio para las velas.

Se podía tender la vista sin tropiezos y ver desde la puerta del bohío el calcinado paisaje con las lomas peladas al final; se podían ver los cauces secos de los arroyos.

Ya nadie esperaba lluvia. Antes de irse los viejos juraban que Dios había castigado el lugar y los jóvenes que tenía mal de ojo.

Remigia esperaba. Recogía escasas gotas de agua. Sabía que había que empezar de nuevo, porque ya casi nada quedaba en la higuera, y el conuco estaba pelado como un camino real. Polvo y sol; sol y polvo. La maldición de Dios, por la maldad de los hombres, se había realizado allí; pero la maldición de Dios no podía acabar con la fe de Remigia.

***

En su rincón del Purgatorio, las ánimas, metidas de cintura abajo entre las llamas voraces, repasaban cuentas. Vivían consumidas por el fuego, purificándose; y, como burla sangrienta, tenían potestad para desatar la lluvia y llevar el agua a la tierra. Una de ellas, barbuda, dijo:

-¡Caramba! ¡La vieja Remigia, de Paso Hondo, ha quemado ya dos pesos de velas pidiendo agua!

Las compañeras saltaron vociferando:

-¡Dos pesos, dos pesos!

Alguna preguntó:

-¿Por qué no se le ha atendido, como es costumbre?

-¡Hay que atenderla! -rugió una de ojos impetuosos.

-¡Hay que atenderla! -gritaron las otras.

Se corría la voz, se repetían el mandato:

-¡Hay que mandar agua a Paso Hondo! ¡Dos pesos de agua!

-¡Dos pesos de agua a Paso Hondo!

-¡Dos pesos de agua a Paso Hondo!

Todas estaban impresionadas, casi fuera de sí, porque nunca llegó una entrega de agua a tal cantidad; ni siquiera a la mitad, ni aun a la tercera parte. Servían una noche de lluvia por dos centavos de velas, y cierta vez enviaron un diluvio entero por veinte centavos.

-¡Dos pesos de agua a Paso Hondo! -rugían.

Y todas las ánimas del Purgatorio se escandalizaban pensando en el agua que había que derramar por tanto dinero, mientras ellas ardían metidas en el fuego eterno, esperando que la suprema gracia de Dios las llamara a su lado.

***

Abajo, en Paso Hondo, se nubló el cielo. Muy de mañana Remigia miró hacia oriente y vio una nube negra y fina, tan negra como una cinta de luto y tan fina como la rabiza de un fuete. Una hora después inmensas lomas de nubes grises se apelotonaron, empujándose, avanzando, ascendiendo. Dos horas más tarde estaba oscuro como si fuera de noche.

Llena de miedo, con el temor de que se deshiciera tanta ventura, Remigia callaba y miraba. El nieto seguía en el catre, calenturiento. Estaba flaco, igual que un sonajero de huesos. Los ojos parecían salirle de cuevas.

Arriba estalló un trueno. Remigia corrió a la puerta. Avanzando como caballería rabiosa, un frente de lluvia venía de las lomas sobre el bohío. Ella sonrió de manera inconsciente; se sujetó las mejillas, abrió desmesuradamente los ojos. ¡Ya estaba lloviendo!

Rauda, pesada, cantando broncas canciones, la lluvia llegó hasta el camino real, resonó en el techo de yaguas, saltó el bohío, empezó a caer en el conuco. Sintiéndose arder, Remigia corrió a la puerta del patio y vio descender, apretados, los hilos gruesos del agua; vio la tierra adormecerse y despedir un vaho espeso. Se tiró afuera, rabiosa.

-¡Yo sabía, yo lo sabía, yo lo sabía! -gritaba a voz en cuello.

-¡Lloviendo, lloviendo! -clamaba con los brazos tendidos hacia el cielo-. ¡Yo lo sabía!

De pronto penetró en la casa, tomó al niño, lo apretó contra su pecho, lo alzó, lo mostró a la lluvia.

-¡Bebe, muchacho; bebe, hijo mío! ¡Mira agua, mira agua!

Y sacudía al nieto, lo estrujaba; parecía querer meterle dentro el espíritu fresco y disperso del agua.

***

Mientras afuera bramaba el temporal, soñaba adentro Remigia.

-Ahora -se decía-, en cuanto la tierra se ablande, siembro batata, arroz tresmesino, frijoles y maíz. Todavía me quedan unos cuartitos con que comprar semillas. El muchacho se va a sanar. ¡Lástima que la gente se haya ido! Quisiera verle la cara a Toribio, a ver qué pensaría de este aguacero. Tantas rogaciones, y sólo me van a aprovechar a mí. Quizá vengan agora, cuando sepan que ya pasó el mal de ojo.

El nieto dormía tranquilo. En Paso Hondo, por los secos cauces de los arroyos y los ríos, empezaba a rodar agua sucia; todavía era escasa y se estancaba en las piedras. De las lomas bajaba roja, cargada de barro; de los cielos descendía pesada y rauda. El techo de yaguas se desmigajaba con los golpes múltiples del aguacero. Remigia se adormecía y veía su conuco lleno de plantas verdes, lozanas, batidas por la brisa fresca; veía los rincones llenos de dorado maíz, de arroz, frijoles, de batatas henchidas. El sueño le tornaba pesada la cabeza.

Y afuera seguía bramando la lluvia incansable.

***

Pasó una semana; pasaron diez días, quince... Zumbaba el aguacero sin una hora de tregua. Se acabaron el arroz y la manteca; se acabó la sal. Bajo el agua tomó Remigia el camino de Las Cruces para comprar comida. Salió de mañana y retornó a media noche. Los ríos, los caños de agua y hasta las lagunas se adueñaban del mundo, borraban los caminos, se metían lentamente entre los conucos. Una tarde pasó un hombre. Montaba mulo pesado.

-¡Ey, don! -llamó Remigia.

El hombre metió la cabeza del animal por la puerta.

-Bájese pa que se caliente -invitó ella.

La montura se quedó a la intemperie.

-El cielo se ta cayendo en agua -explicó él al rato. -Yo como usté dejaba este sitio tan bajito y me diba pa las lomas.

-¿Yo dirme? No, hijo. Horita pasa este tiempo.

-Vea -se extendió el visitante-, esto es una niega. Yo las he visto tremendas, con el agua llevándose animales, bohíos, matas y gente. Horita se crecen todos los caños que yo he dejado atrás, contimás que ta lloviéndoles duro en las cabezadas.

-Jum… Peor que esto fue la seca, don. Todo el mundo le salió huyendo, y yo la aguanté.

-La seca no mata, pero el agua ahoga, doña. Todo eso -y señaló lo que él había dejado a la puerta- ta anegado. Como tres horas tuve esta mañana sin salir de un agua que me le daba en la barriga al mulo.

El hombre hablaba con voz pausada, y sus ojos grises, atemorizados, vigilaban el incesante caer de la lluvia.

Al anochecer se fue. Mucho le rogó Remigia que no cogiera el camino con la oscuridad.

-Dispué es peor, doña. Van esos ríos y se botan...

Remigia se fue a atender al nieto, que se quejaba débilmente.

***

Tuvo razón el hombre. ¡Qué noche, Dios! Se oía un rugir sordo e inquietante; se oían retumbar los truenos; penetraban los reflejos de los relámpagos por las múltiples rendijas.

El agua sucia entró por los quicios y empezó a esparcirse en el suelo. Bravo era el viento en la distancia, y a ratos parecía arrancar árboles. Remigia abrió la puerta. Un relámpago lejano alumbró el sitio de Paso Hondo. ¡Agua y agua! Agua aquí, allá, más lejos, entre los troncos escasos, en los lugares pelados. Debía descender de las lomas y en el camino real se formaba un río torrentoso.

-¿Será una niega? -se preguntó Remigia, dudando por vez primera.

Pero cerró la puerta y entró. Ella tenía fe; una fe inagotable, más que lo que había sido la sequía, más que lo sería la lluvia. Por dentro, su bohío estaba tan mojado como por fuera. El muchacho se encogía en el catre, rehuyendo las goteras.

A medianoche la despertó un golpe en una esquina de la vivienda. Se fue a levantar, pero sintió agua hasta casi las rodillas. Bramaba afuera el viento. El agua batía contra los setos del bohío.

¡Ay de la noche horrible, de la noche anegada! Venía el agua en golpes; venía y todo lo cundía, todo lo ahogaba. Restalló otro relámpago, y el trueno desgajó pedazos de oscuro cielo.

Remigia sintió miedo.

-¡Virgen Santísima! -clamó-. ¡Virgen Santísima, ayúdame!

Pero no era negocio de la Virgen, ni de Dios, sino de las ánimas, que allá arriba gritaban:

-¡Ya va medio peso de agua! ¡Ya va medio peso!

***

Cuando sintió el bohío torcerse por los torrentes, Remigia desistió de esperar y levantó al nieto. Se lo pegó al pecho; lo apretó, febril; luchó con el agua que le impedía caminar; empujó, como pudo, la puerta y se echó afuera. A la cintura llevaba el agua; y caminaba, caminaba. No sabía adónde iba. El terrible viento le destrenzaba el cabello, los relámpagos verdeaban en la distancia. El agua crecía, crecía. Levantó más al nieto. Después tropezó y tornó a pararse. Seguía sujetando al niño y gritando:

-¡Virgen Santísima, Virgen Santísima!

Se llevaba el viento su voz y la esparcía sobre la gran llanura líquida.

-¡Virgen Santísima, Virgen Santísima!

Su falda flotaba. Ella rodaba, rodaba. Sintió que algo le sujetaba el cabello, que le amarraban la cabeza. Pensó:

-En cuanto esto pase siembro batata.

Veía el maíz metido bajo el agua sucia. Hincaba las uñas en el pecho del nieto.

-¡Virgen Santísima!

Seguía ululando el viento, y el trueno rompía los cielos. Se le quedó el cabello enredado en un tronco espinoso. El agua corría hacia abajo, hacia abajo, arrastrando bohíos y troncos. Las ánimas gritaban, enloquecidas:

-¡Todavía falta; todavía falta! ¡Son dos pesos, dos pesos de agua! ¡Son dos pesos de agua!