Wednesday, March 19, 2008
Tuesday, March 18, 2008
MARRERO ARISTY CREYO TRUJILLO TRAERIA LA PAZ
ENSAYO:
Marrero Aristy creyó Trujillo traería la paz
EDWIN DISLA
En el año 1930 el brigadier Rafael Leonidas Trujillo aprovechó las protestas generadas contra el presidente Horacio Vásquez porque pretendía mantenerse en el poder inconstitucionalmente por dos años más y las utilizó como pretexto para asumir la presidencia de la república por medio de un golpe de Estado disfrazado después de unas elecciones generales.
Decenas de pequeños burgueses de limitadísimas entradas económicas y oportunidades de ascenso social, como Marrero Aristy, vieron el cambio con ojos esperanzadores. "Quizás la nación se encamine, al fin, hacia el progreso", pensaron, pues la gestión horacista, retornadora de las intranquilidades, había diezmado el optimismo de los intelectuales.
El escritor en ciernes que continuaba enviando sus escritos a los periódicos, se enteró que sus cuentos se habían publicado con éxito en el diario La Opinión, de Santo Domingo, y de inmediato se presentó ante el redactor principal, Manuel Antonio Amiama, y le pidió un empleo. Manuel Antonio Amiama, licenciado en derecho, quien llegaría a ser presidente de la Suprema Corte de Justicia en 1962 y escribiría la importante novela El Terrateniente, lo complació y posteriormente se convertiría en su mentor, amigo y corrector.
Marrero Aristy se movía en calzoncillos entre las maquinarias del periódico porque sólo tenía un pantalón al que había que conservar, y en las horas libres continuaba escribiendo y estudiando. Igual que a Hemingway, no le atraían los movimientos literarios por lo que no se acercaría ni al postumismo de Moreno Jiménez ni al Paladión de Francisco Prats Ramírez ni al Plus-Ultra de Manuel Arturo Peña Batlle ni al intentado por Manuel Zacarías Espinal que se ha llamado Vedrinismo, el cual erróneamente se ha señalado a Vigil Díaz como su fundador.
Con apenas veinte años, ya habiendo terminado el bachillerato, Marrero Aristy publicó su primer libro titulado Perfiles Agrestes en el mes de agosto del año 1933. En la introducción dijo, el que lea la obra, quizás no halle nada perfecto, si solo atiende a su forma, pero si en cambio, busca su fondo, hallará algo muy nuestro. En efecto, el libro, dividido en los capítulos Tipos Dominicanos, Costumbre Dominicana, Tres Poemas y Cuentos Dominicanos, resume el cuerpo y el alma del quisqueyano de la época. Emilio Rodríguez Demorizi en una carta que le envió el 20 de febrero de 1934, observó en los cuentos de Marrero, como en los de Bosch, cierta inclinación al dramatismo, y afirmó que la característica del cuento dominicano es la indefinida resultancia del estudio psicológico del campesino, mezcla de astucia y de valor, honor y doblez. "De la feliz interpretación de ese temperamento saldrá el cuento criollo perfecto: fácil empresa para usted, en cuyo libro hay bellas muestras de su definitiva vocación literaria."
Los cuentos de Bosch referidos por Demorizi son los contenidos en Camino Real, su primer libro publicado en el mes de noviembre de 1933. Bosch, que sería el precursor de la narrativa social moderna dominicana y uno de los más grandes pensadores políticos, impactó positivamente, más que ningún otro escritor, en la sociedad cultural dominicana porque además de su enorme talento, contó con la asesoría de Pedro Henríquez Ureña, quien lo introdujo en la literatura de Horacio Quiroga y Guy Maupassant. José Rijo diría: "A partir de entonces, nosotros los aspirantes a cuentistas, queríamos escribir como Bosch". Marrero Aristy también admiraba a Bosch, y en Perfiles Agrestes, en el capítulo Cuentos Dominicanos, le dedicó el titulado Zafra, que reseñaba la vida de una mujer adúltera dentro del batey del ingenio.
Respecto a su carrera periodística, de La Opinión Marrero Aristy pasó al Listín Diario y luego a La Nación, donde sería ascendido a redactor jefe. En esos años estudiaría, inconclusamente, filosofía y letras en la Universidad de Santo Domingo y aprendería de forma autodidacta, inglés y francés. En 1936, su condiscípulo Juan Bosch impactó aún más a la sociedad cultural con la publicación de la novela La Mañosa. En lo que iba de siglo, solo La Sangre (1914) de Tulio M. Cestero podía compararse en calidad con La Mañosa. El éxito de esta obra motivó a Marrero Aristy a publicar una recopilación de sus cuentos con el título de Balsié, Narraciones, Estampas y Cuentos, y continuó con su proyecto novelístico. Acerca de Balsié, que contenía el sello del costumbrismo rural marreriano, Virgilio Díaz Ordóñez afirmó que era el libro más dominicano que había leído, y el novelista español Eduardo Zamacois, a quien Marrero Aristy le había mandado un ejemplar de la obra, le aconsejó salir del país, pues "un artista como usted no merece vivir en Santo Domingo. Ahí no tiene usted, espacio para volar". Para su desgracia posterior, Marrero Aristy no le haría caso, contrario a Bosch, que el mismo año de la publicación de Balsié (1938), sorprendería a Marrero Aristy yéndose al exilio precisamente por no tener oportunidad en el país de desarrollarse como escritor, aunque después añadiría la razón del patriotismo.
En síntesis
Costumbrismo rural marreriano
Con apenas veinte años Marrero Aristy publicó su primer libro titulado Perfiles Agrestes en 1933 y sobre su obra "Balsié, narraciones, estampas y cuentos" Virgilio Díaz Ordóñez llegó a decir que era el libro más dominicano que había leído. Fue en 1939 cuando concluyó Over, que originalmente iba a aparecer con el nombre de "La Bodega".
Marrero Aristy creyó Trujillo traería la paz
EDWIN DISLA
En el año 1930 el brigadier Rafael Leonidas Trujillo aprovechó las protestas generadas contra el presidente Horacio Vásquez porque pretendía mantenerse en el poder inconstitucionalmente por dos años más y las utilizó como pretexto para asumir la presidencia de la república por medio de un golpe de Estado disfrazado después de unas elecciones generales.
Decenas de pequeños burgueses de limitadísimas entradas económicas y oportunidades de ascenso social, como Marrero Aristy, vieron el cambio con ojos esperanzadores. "Quizás la nación se encamine, al fin, hacia el progreso", pensaron, pues la gestión horacista, retornadora de las intranquilidades, había diezmado el optimismo de los intelectuales.
El escritor en ciernes que continuaba enviando sus escritos a los periódicos, se enteró que sus cuentos se habían publicado con éxito en el diario La Opinión, de Santo Domingo, y de inmediato se presentó ante el redactor principal, Manuel Antonio Amiama, y le pidió un empleo. Manuel Antonio Amiama, licenciado en derecho, quien llegaría a ser presidente de la Suprema Corte de Justicia en 1962 y escribiría la importante novela El Terrateniente, lo complació y posteriormente se convertiría en su mentor, amigo y corrector.
Marrero Aristy se movía en calzoncillos entre las maquinarias del periódico porque sólo tenía un pantalón al que había que conservar, y en las horas libres continuaba escribiendo y estudiando. Igual que a Hemingway, no le atraían los movimientos literarios por lo que no se acercaría ni al postumismo de Moreno Jiménez ni al Paladión de Francisco Prats Ramírez ni al Plus-Ultra de Manuel Arturo Peña Batlle ni al intentado por Manuel Zacarías Espinal que se ha llamado Vedrinismo, el cual erróneamente se ha señalado a Vigil Díaz como su fundador.
Con apenas veinte años, ya habiendo terminado el bachillerato, Marrero Aristy publicó su primer libro titulado Perfiles Agrestes en el mes de agosto del año 1933. En la introducción dijo, el que lea la obra, quizás no halle nada perfecto, si solo atiende a su forma, pero si en cambio, busca su fondo, hallará algo muy nuestro. En efecto, el libro, dividido en los capítulos Tipos Dominicanos, Costumbre Dominicana, Tres Poemas y Cuentos Dominicanos, resume el cuerpo y el alma del quisqueyano de la época. Emilio Rodríguez Demorizi en una carta que le envió el 20 de febrero de 1934, observó en los cuentos de Marrero, como en los de Bosch, cierta inclinación al dramatismo, y afirmó que la característica del cuento dominicano es la indefinida resultancia del estudio psicológico del campesino, mezcla de astucia y de valor, honor y doblez. "De la feliz interpretación de ese temperamento saldrá el cuento criollo perfecto: fácil empresa para usted, en cuyo libro hay bellas muestras de su definitiva vocación literaria."
Los cuentos de Bosch referidos por Demorizi son los contenidos en Camino Real, su primer libro publicado en el mes de noviembre de 1933. Bosch, que sería el precursor de la narrativa social moderna dominicana y uno de los más grandes pensadores políticos, impactó positivamente, más que ningún otro escritor, en la sociedad cultural dominicana porque además de su enorme talento, contó con la asesoría de Pedro Henríquez Ureña, quien lo introdujo en la literatura de Horacio Quiroga y Guy Maupassant. José Rijo diría: "A partir de entonces, nosotros los aspirantes a cuentistas, queríamos escribir como Bosch". Marrero Aristy también admiraba a Bosch, y en Perfiles Agrestes, en el capítulo Cuentos Dominicanos, le dedicó el titulado Zafra, que reseñaba la vida de una mujer adúltera dentro del batey del ingenio.
Respecto a su carrera periodística, de La Opinión Marrero Aristy pasó al Listín Diario y luego a La Nación, donde sería ascendido a redactor jefe. En esos años estudiaría, inconclusamente, filosofía y letras en la Universidad de Santo Domingo y aprendería de forma autodidacta, inglés y francés. En 1936, su condiscípulo Juan Bosch impactó aún más a la sociedad cultural con la publicación de la novela La Mañosa. En lo que iba de siglo, solo La Sangre (1914) de Tulio M. Cestero podía compararse en calidad con La Mañosa. El éxito de esta obra motivó a Marrero Aristy a publicar una recopilación de sus cuentos con el título de Balsié, Narraciones, Estampas y Cuentos, y continuó con su proyecto novelístico. Acerca de Balsié, que contenía el sello del costumbrismo rural marreriano, Virgilio Díaz Ordóñez afirmó que era el libro más dominicano que había leído, y el novelista español Eduardo Zamacois, a quien Marrero Aristy le había mandado un ejemplar de la obra, le aconsejó salir del país, pues "un artista como usted no merece vivir en Santo Domingo. Ahí no tiene usted, espacio para volar". Para su desgracia posterior, Marrero Aristy no le haría caso, contrario a Bosch, que el mismo año de la publicación de Balsié (1938), sorprendería a Marrero Aristy yéndose al exilio precisamente por no tener oportunidad en el país de desarrollarse como escritor, aunque después añadiría la razón del patriotismo.
En síntesis
Costumbrismo rural marreriano
Con apenas veinte años Marrero Aristy publicó su primer libro titulado Perfiles Agrestes en 1933 y sobre su obra "Balsié, narraciones, estampas y cuentos" Virgilio Díaz Ordóñez llegó a decir que era el libro más dominicano que había leído. Fue en 1939 cuando concluyó Over, que originalmente iba a aparecer con el nombre de "La Bodega".
Sunday, March 16, 2008
JORGE LUIS BORGES: LA FORMA DE LA ESPADA
La forma de la espada
Jorge Luis Borges
Le cruzaba la cara una cicatriz rencorosa: un arco ceniciento y casi perfecto que de un lado ajaba la sien y del otro el pómulo. Su nombre verdadero no importa; todos en Tacuarembó le decían el Inglés de La Colorada. El dueño de esos campos, Cardoso, no quería vender; he oído que el Inglés recurrió a un imprevisible argumento: le confió la historia secreta de la cicatriz. El Inglés venía de la frontera, de Río Grande del Sur; no faltó quien dijera que en el Brasil había sido contrabandista. Los campos estaban empastados; las aguadas, amargas; el Inglés, para corregir esas deficiencias, trabajó a la par de sus peones. Dicen que era severo hasta la crueldad, pero escrupulosamente justo. Dicen también que era bebedor: un par de veces al año se encerraba en el cuarto del mirador y emergía a los dos o tres días como de una batalla o de un vértigo, pálido, trémulo, azorado y tan autoritario como antes. Recuerdo los ojos glaciales, la enérgica flacura, el bigote gris. No se daba con nadie; es verdad que su español era rudimental, abrasilerado. Fuera de alguna carta comercial o de algún folleto, no recibía correspondencia.
La última vez que recorrí los departamentos del Norte, una crecida del arroyo Caraguatá me obligó a hacer noche en La Colorada. A los pocos minutos creí notar que mi aparición era inoportuna; procuré congraciarme con el Inglés; acudí a la menos perspicaz de las pasiones: el patriotismo. Dije que era invencible un país con el espíritu de Inglaterra. Mi interlocutor asintió, pero agregó con una sonrisa que él no era inglés. Era irlandés, de Dungarvan. Dicho esto se detuvo, como si hubiera revelado un secreto.
Salimos, después de comer, a mirar el cielo. Había escampado, pero detrás de las cuchillas del Sur, agrietado y rayado de relámpagos, urdía otra tormenta. En el desmantelado comedor, el peón que había servido la cena trajo una botella de ron. Bebimos largamente, en silencio.
No sé qué hora sería cuando advertí que yo estaba borracho; no sé qué inspiración o qué exultación o qué tedio me hizo mentar la cicatriz. La cara del Inglés se demudó; durante unos segundos pensé que me iba a expulsar de la casa. Al fin me dijo con su voz habitual:
—Le contaré la historia de mi herida bajo una condición: la de no mitigar ningún oprobio, ninguna circunstancia de infamia.
Asentí. Esta es la historia que contó, alternando el inglés con el español, y aun con el portugués:
“Hacia 1922, en una de las ciudades de Connaught, yo era uno de los muchos que conspiraban por la independencia de Irlanda. De mis compañeros, algunos sobreviven dedicados a tareas pacíficas; otros, paradójicamente, se baten en los mares o en el desierto, bajo los colores ingleses; otro, el que más valía, murió en el patio de un cuartel, en el alba, fusilado por hombres llenos de sueño; otros (no los más desdichados) dieron con su destino en las anónimas y casi secretas batallas de la guerra civil. Éramos republicanos, católicos; éramos, lo sospecho, románticos. Irlanda no sólo era para nosotros el porvenir utópico y el intolerable presente; era una amarga y cariñosa mitología, era las torres circulares y las ciénagas rojas, era el repudio de Parnell y las enormes epopeyas que cantan el robo de toros que en otra encarnación fueron héroes y en otras peces y montañas... En un atardecer que no olvidaré, nos llegó un afiliado de Munster: un tal John Vincent Moon.
Tenía escasamente veinte años. Era flaco y fofo a la vez; daba la incómoda impresión de ser invertebrado. Había cursado con fervor y con vanidad casi todas las páginas de no sé qué manual comunista; el materialismo dialéctico le servía para cegar cualquier discusión. Las razones que puede tener un hombre para abominar de otro o para quererlo son infinitas: Moon reducía la historia universal a un sórdido conflicto económico. Afirmaba que la revolución está predestinada a triunfar. Yo le dije que a un gentleman sólo pueden interesarle causas perdidas... Ya era de noche; seguimos disintiendo en el corredor, en las escaleras, luego en las vagas calles. Los juicios emitidos por Moon me impresionaron menos que su inapelable tono apodíctico. El nuevo camarada no discutía: dictaminaba con desdén y con cierta cólera.
Cuando arribamos a las últimas casas, un brusco tiroteo nos aturdió. (Antes o después, orillamos el ciego paredón de una fábrica o de un cuartel.) Nos internamos en una calle de tierra; un soldado, enorme en el resplandor, surgió de una cabaña incendiada. A gritos nos mandó que nos detuviéramos. Yo apresuré mis pasos, mi camarada no me siguió. Me di vuelta: John Vincent Moon estaba inmóvil, fascinado y como eternizado por el terror. Entonces yo volví, derribé de un golpe al soldado, sacudía Vincent Moon, lo insulté y le ordené que me siguiera. Tuve que tomarlo del brazo; la pasión del miedo lo invalidaba. Huimos, entre la noche agujereada de incendios. Una descarga de fusilería nos buscó; una bala rozó el hombro derecho de Moon; éste, mientras huíamos entre pinos, prorrumpió en un débil sollozo.
En aquel otoño de 1922 yo me había guarecido en la quinta del general Berkeley. Éste (a quien yo jamás había visto) desempeñaba entonces no sé qué cargo administrativo en Bengala; el edificio tenía menos de un siglo, pero era desmedrado y opaco y abundaba en perplejos corredores y en vanas antecámaras. El museo y la enorme biblioteca usurpaban la planta baja: libros controversiales e incompatibles que de algún modo son la historia del siglo XIX; cimitarras de Nishapur, en cuyos detenidos arcos de círculo parecían perdurar el viento y la violencia de la batalla. Entramos (creo recordar) por los fondos. Moon, trémula y reseca la boca, murmuró que los episodios de la noche eran interesantes; le hice una curación, le traje una taza de té; pude comprobar que su “herida” era superficial. De pronto balbuceó con perplejidad:
—Pero usted se ha arriesgado sensiblemente.
Le dije que no se preocupara. (El hábito de la guerra civil me había impelido a obrar como obré; además, la prisión de un solo afiliado podía comprometer nuestra causa.)
Al otro día Moon había recuperado el aplomo. Aceptó un cigarrillo y me sometió a un severo interrogatorio sobre los “recursos económicos de nuestro partido revolucionario”. Sus preguntas eran muy lúcidas; le dije (con verdad) que la situación era grave. Hondas descargas de fusilería conmovieron el Sur. Le dije a Moon que nos esperaban los compañeros. Mi sobretodo y mi revólver estaban en mi pieza; cuando volví, encontré a Moon tendido en el sofá, con los ojos cerrados. Conjeturó que tenía fiebre; invocó un doloroso espasmo en el hombro.
Entonces comprendí que su cobardía era irreparable. Le rogué torpemente que se cuidara y me despedí. Me abochornaba ese hombre con miedo, como si yo fuera el cobarde, no Vincent Moon. Lo que hace un hombre es como si lo hicieran todos los hombres. Por eso no es injusto que una desobediencia en un jardín contamine al género humano; por eso río es injusto que la crucifixión de un solo judío baste para salvarlo. Acaso Schopenhauer tiene razón: yo soy los otros, cualquier hombre es todos los hombres, Shakespeare es de algún modo el miserable John Vincent Moon.
Nueve días pasamos en la enorme casa del general. De las agonías y luces de la guerra no diré nada: mi propósito es referir la historia de esta cicatriz que me afrenta. Esos nueve días, en mi recuerdo, forman un solo día, salvo el penúltimo, cuando los nuestros irrumpieron en un cuartel y pudimos vengar exactamente a los dieciséis camaradas que fueron ametrallados en Elphin. Yo me escurría de la casa hacia el alba, en la confusión del crepúsculo. Al anochecer estaba de vuelta. Mi compañero me esperaba en el primer piso: la herida no le permitía descender a la planta baja. Lo rememoro con algún libro de estrategia en la mano: E N. Maude o Clausewitz. “El arma que prefiero es la artillería”, me confesó una noche. Inquiría nuestros planes; le gustaba censurarlos o reformarlos. También solía denunciar “nuestra deplorable base económicá', profetizaba, dogmático y sombrío, el ruinoso fin. C'est une affaire flambée murmuraba. Para mostrar que le era indiferente ser un cobarde físico, magnificaba su soberbia mental. Así pasaron, bien o mal, nueve días.
El décimo la ciudad cayó definitivamente en poder de los Black and Tans. Altos jinetes silenciosos patrullaban las rutas; había cenizas y humo en el viento; en una esquina vi tirado un cadáver, menos tenaz en mi recuerdo que un maniquí en el cual los soldados interminablemente ejercitaban la puntería, en mitad de la plaza... Yo había salido cuando el amanecer estaba en el cielo; antes del mediodía volví. Moon, en la biblioteca, hablaba con alguien; el tono de la voz me hizo comprender que hablaba por teléfono. Después oí mi nombre; después que yo regresaría a las siete, después la indicación de que me arrestaran cuando yo atravesara el jardín. Mi razonable amigo estaba razonablemente vendiéndome. Le oí exigir unas garantías de seguridad personal.
Aquí mi historia se confunde y se pierde. Sé que perseguí al delator a través de negros corredores de pesadilla y de hondas escaleras de vértigo. Moon conocía la casa muy bien, harto mejor que yo. Una o dos veces lo perdí. Lo acorralé antes de que los soldados me detuvieran. De una de las panoplias del general arranqué un alfanje; con esa media luna de acero le rubriqué en la cara, para siempre, una media luna de sangre. Borges: a usted que es un desconocido, le he hecho esta confesión. No me duele tanto su menosprecio”.
Aquí el narrador se detuvo. Noté que le temblaban las manos.
—¿Y Moon? —le interrogué.
—Cobró los dineros de Judas y huyó al Brasil. Esa tarde, en la plaza, vio fusilar un maniquí por unos borrachos.
Aguardé en vano la continuación de la historia. Al fin le dije que prosiguiera.
Entonces un gemido lo atravesó; entonces me mostró con débil dulzura la corva cicatriz blanquecina.
—¿Usted no me cree? —balbuceó—. ¿No ve que llevo escrita en la cara la marca de mi infamia? Le he narrado la historia de este modo para que usted la oyera hasta el fin. Yo he denunciado al hombre que me amparó: yo soy Vincent Moon. Ahora desprécieme.
Jorge Luis Borges
Artificios, 1944; Ficciones, 1944
Jorge Luis Borges
Le cruzaba la cara una cicatriz rencorosa: un arco ceniciento y casi perfecto que de un lado ajaba la sien y del otro el pómulo. Su nombre verdadero no importa; todos en Tacuarembó le decían el Inglés de La Colorada. El dueño de esos campos, Cardoso, no quería vender; he oído que el Inglés recurrió a un imprevisible argumento: le confió la historia secreta de la cicatriz. El Inglés venía de la frontera, de Río Grande del Sur; no faltó quien dijera que en el Brasil había sido contrabandista. Los campos estaban empastados; las aguadas, amargas; el Inglés, para corregir esas deficiencias, trabajó a la par de sus peones. Dicen que era severo hasta la crueldad, pero escrupulosamente justo. Dicen también que era bebedor: un par de veces al año se encerraba en el cuarto del mirador y emergía a los dos o tres días como de una batalla o de un vértigo, pálido, trémulo, azorado y tan autoritario como antes. Recuerdo los ojos glaciales, la enérgica flacura, el bigote gris. No se daba con nadie; es verdad que su español era rudimental, abrasilerado. Fuera de alguna carta comercial o de algún folleto, no recibía correspondencia.
La última vez que recorrí los departamentos del Norte, una crecida del arroyo Caraguatá me obligó a hacer noche en La Colorada. A los pocos minutos creí notar que mi aparición era inoportuna; procuré congraciarme con el Inglés; acudí a la menos perspicaz de las pasiones: el patriotismo. Dije que era invencible un país con el espíritu de Inglaterra. Mi interlocutor asintió, pero agregó con una sonrisa que él no era inglés. Era irlandés, de Dungarvan. Dicho esto se detuvo, como si hubiera revelado un secreto.
Salimos, después de comer, a mirar el cielo. Había escampado, pero detrás de las cuchillas del Sur, agrietado y rayado de relámpagos, urdía otra tormenta. En el desmantelado comedor, el peón que había servido la cena trajo una botella de ron. Bebimos largamente, en silencio.
No sé qué hora sería cuando advertí que yo estaba borracho; no sé qué inspiración o qué exultación o qué tedio me hizo mentar la cicatriz. La cara del Inglés se demudó; durante unos segundos pensé que me iba a expulsar de la casa. Al fin me dijo con su voz habitual:
—Le contaré la historia de mi herida bajo una condición: la de no mitigar ningún oprobio, ninguna circunstancia de infamia.
Asentí. Esta es la historia que contó, alternando el inglés con el español, y aun con el portugués:
“Hacia 1922, en una de las ciudades de Connaught, yo era uno de los muchos que conspiraban por la independencia de Irlanda. De mis compañeros, algunos sobreviven dedicados a tareas pacíficas; otros, paradójicamente, se baten en los mares o en el desierto, bajo los colores ingleses; otro, el que más valía, murió en el patio de un cuartel, en el alba, fusilado por hombres llenos de sueño; otros (no los más desdichados) dieron con su destino en las anónimas y casi secretas batallas de la guerra civil. Éramos republicanos, católicos; éramos, lo sospecho, románticos. Irlanda no sólo era para nosotros el porvenir utópico y el intolerable presente; era una amarga y cariñosa mitología, era las torres circulares y las ciénagas rojas, era el repudio de Parnell y las enormes epopeyas que cantan el robo de toros que en otra encarnación fueron héroes y en otras peces y montañas... En un atardecer que no olvidaré, nos llegó un afiliado de Munster: un tal John Vincent Moon.
Tenía escasamente veinte años. Era flaco y fofo a la vez; daba la incómoda impresión de ser invertebrado. Había cursado con fervor y con vanidad casi todas las páginas de no sé qué manual comunista; el materialismo dialéctico le servía para cegar cualquier discusión. Las razones que puede tener un hombre para abominar de otro o para quererlo son infinitas: Moon reducía la historia universal a un sórdido conflicto económico. Afirmaba que la revolución está predestinada a triunfar. Yo le dije que a un gentleman sólo pueden interesarle causas perdidas... Ya era de noche; seguimos disintiendo en el corredor, en las escaleras, luego en las vagas calles. Los juicios emitidos por Moon me impresionaron menos que su inapelable tono apodíctico. El nuevo camarada no discutía: dictaminaba con desdén y con cierta cólera.
Cuando arribamos a las últimas casas, un brusco tiroteo nos aturdió. (Antes o después, orillamos el ciego paredón de una fábrica o de un cuartel.) Nos internamos en una calle de tierra; un soldado, enorme en el resplandor, surgió de una cabaña incendiada. A gritos nos mandó que nos detuviéramos. Yo apresuré mis pasos, mi camarada no me siguió. Me di vuelta: John Vincent Moon estaba inmóvil, fascinado y como eternizado por el terror. Entonces yo volví, derribé de un golpe al soldado, sacudía Vincent Moon, lo insulté y le ordené que me siguiera. Tuve que tomarlo del brazo; la pasión del miedo lo invalidaba. Huimos, entre la noche agujereada de incendios. Una descarga de fusilería nos buscó; una bala rozó el hombro derecho de Moon; éste, mientras huíamos entre pinos, prorrumpió en un débil sollozo.
En aquel otoño de 1922 yo me había guarecido en la quinta del general Berkeley. Éste (a quien yo jamás había visto) desempeñaba entonces no sé qué cargo administrativo en Bengala; el edificio tenía menos de un siglo, pero era desmedrado y opaco y abundaba en perplejos corredores y en vanas antecámaras. El museo y la enorme biblioteca usurpaban la planta baja: libros controversiales e incompatibles que de algún modo son la historia del siglo XIX; cimitarras de Nishapur, en cuyos detenidos arcos de círculo parecían perdurar el viento y la violencia de la batalla. Entramos (creo recordar) por los fondos. Moon, trémula y reseca la boca, murmuró que los episodios de la noche eran interesantes; le hice una curación, le traje una taza de té; pude comprobar que su “herida” era superficial. De pronto balbuceó con perplejidad:
—Pero usted se ha arriesgado sensiblemente.
Le dije que no se preocupara. (El hábito de la guerra civil me había impelido a obrar como obré; además, la prisión de un solo afiliado podía comprometer nuestra causa.)
Al otro día Moon había recuperado el aplomo. Aceptó un cigarrillo y me sometió a un severo interrogatorio sobre los “recursos económicos de nuestro partido revolucionario”. Sus preguntas eran muy lúcidas; le dije (con verdad) que la situación era grave. Hondas descargas de fusilería conmovieron el Sur. Le dije a Moon que nos esperaban los compañeros. Mi sobretodo y mi revólver estaban en mi pieza; cuando volví, encontré a Moon tendido en el sofá, con los ojos cerrados. Conjeturó que tenía fiebre; invocó un doloroso espasmo en el hombro.
Entonces comprendí que su cobardía era irreparable. Le rogué torpemente que se cuidara y me despedí. Me abochornaba ese hombre con miedo, como si yo fuera el cobarde, no Vincent Moon. Lo que hace un hombre es como si lo hicieran todos los hombres. Por eso no es injusto que una desobediencia en un jardín contamine al género humano; por eso río es injusto que la crucifixión de un solo judío baste para salvarlo. Acaso Schopenhauer tiene razón: yo soy los otros, cualquier hombre es todos los hombres, Shakespeare es de algún modo el miserable John Vincent Moon.
Nueve días pasamos en la enorme casa del general. De las agonías y luces de la guerra no diré nada: mi propósito es referir la historia de esta cicatriz que me afrenta. Esos nueve días, en mi recuerdo, forman un solo día, salvo el penúltimo, cuando los nuestros irrumpieron en un cuartel y pudimos vengar exactamente a los dieciséis camaradas que fueron ametrallados en Elphin. Yo me escurría de la casa hacia el alba, en la confusión del crepúsculo. Al anochecer estaba de vuelta. Mi compañero me esperaba en el primer piso: la herida no le permitía descender a la planta baja. Lo rememoro con algún libro de estrategia en la mano: E N. Maude o Clausewitz. “El arma que prefiero es la artillería”, me confesó una noche. Inquiría nuestros planes; le gustaba censurarlos o reformarlos. También solía denunciar “nuestra deplorable base económicá', profetizaba, dogmático y sombrío, el ruinoso fin. C'est une affaire flambée murmuraba. Para mostrar que le era indiferente ser un cobarde físico, magnificaba su soberbia mental. Así pasaron, bien o mal, nueve días.
El décimo la ciudad cayó definitivamente en poder de los Black and Tans. Altos jinetes silenciosos patrullaban las rutas; había cenizas y humo en el viento; en una esquina vi tirado un cadáver, menos tenaz en mi recuerdo que un maniquí en el cual los soldados interminablemente ejercitaban la puntería, en mitad de la plaza... Yo había salido cuando el amanecer estaba en el cielo; antes del mediodía volví. Moon, en la biblioteca, hablaba con alguien; el tono de la voz me hizo comprender que hablaba por teléfono. Después oí mi nombre; después que yo regresaría a las siete, después la indicación de que me arrestaran cuando yo atravesara el jardín. Mi razonable amigo estaba razonablemente vendiéndome. Le oí exigir unas garantías de seguridad personal.
Aquí mi historia se confunde y se pierde. Sé que perseguí al delator a través de negros corredores de pesadilla y de hondas escaleras de vértigo. Moon conocía la casa muy bien, harto mejor que yo. Una o dos veces lo perdí. Lo acorralé antes de que los soldados me detuvieran. De una de las panoplias del general arranqué un alfanje; con esa media luna de acero le rubriqué en la cara, para siempre, una media luna de sangre. Borges: a usted que es un desconocido, le he hecho esta confesión. No me duele tanto su menosprecio”.
Aquí el narrador se detuvo. Noté que le temblaban las manos.
—¿Y Moon? —le interrogué.
—Cobró los dineros de Judas y huyó al Brasil. Esa tarde, en la plaza, vio fusilar un maniquí por unos borrachos.
Aguardé en vano la continuación de la historia. Al fin le dije que prosiguiera.
Entonces un gemido lo atravesó; entonces me mostró con débil dulzura la corva cicatriz blanquecina.
—¿Usted no me cree? —balbuceó—. ¿No ve que llevo escrita en la cara la marca de mi infamia? Le he narrado la historia de este modo para que usted la oyera hasta el fin. Yo he denunciado al hombre que me amparó: yo soy Vincent Moon. Ahora desprécieme.
Jorge Luis Borges
Artificios, 1944; Ficciones, 1944
ENTREVISTA A PEDRO MIR
Pedro Mir; por Ana Mitila Lora
Percibe la sensacion de que concluye su vida. Es el mismo Pedro Mir lúcido, entusiasta, vehemente, enfático, de vigorosa voz, sentencioso y tierno. Su conversación es como un extenso verso. En el mundo convulsionado de la década del 60, Hay un país en el Mundo adquiere la estatura de himno revolucionario. Fue llevado al pentagrama por el grupo Nueva Trova Expresión Joven, que desarrolba un trabajo de resistencia político-cultural.
Ideologicamente la obra de Mir se enmarca dentro de las luchas dictaudura-socialismo, fascismo-democracia, dictadura-democracia. Estos mismos ejes motivaron el trabajo de escritores como Neruda, Octavio Paz y tantos otros que en semajenates condiciones hicieron de su obra un arma contra los negadores de las libertades de los pueblos.
A pesar del respirador artificial, su diminuta figura arrellanada en el sillón de un rincón de la espaciosa sala, permanece erguida. Cuando la periodista traspasa la puerta y la avista, la recorre de arriba abajo, se le escapa un silbido y masculla algunas palabras.
A sus 85 años, Pedro Mir mantiene intacta su lucidez y la pasión con que vivió. Las crecientes dificultades respiratorias producto de un enfisema pulmonar y la angustia de terminar asfixiado, le provocan pavo-"Las noches me dan terror'', comenta, sin perder su atildamiento. La cánula nasal se desplazó mientras dormía y empezó a faltarle aire. Soñoliento y a oscuras, no lograba encontrarla, pero, justo cuando no podía más, la encontré, relata.
En la espaciosa sala resalta los óleos, serigrafías, dibujos y el buen gusto. Como muchas familias, cuyos hijos abandonan el nido, don Pedro reside junto a su esposa Carmina, en un moderno apartamento de la calle Luis F. Thomén. Una nieta de pocos meses lloriquea, la abuela y la empleada corren a mimarla.
Para la entrevista fue necesaria una autorización médica y la promesa de no agotarlo. Por ello, fue necesario varias sesiones, con intervalos de semanas.
-¿Cree en Dios?
-A Miguel de Unamuno le preguntaron lo mismo y contestó que no al campesino que lo cuestionó. Explicó que no creía en el dios de él. Cuando tenía como seis años, lo sé porque recuerdo la casa donde ocurrió, en la oscuridad llamé a mi madre con la seguridad de que me haría caso. No contestó y sufrí una profunda decepción. La experiencia se convirtió en una angustia perpetua que nunca desapreció de mi alma. Me decía que no era posible que ella se negara a oir mis súplicas y desde entonces, esa pregunta, sobre la existencia de Dios, quedó
abierta en mi corazón. Tu dirás que mi madre no era Dios. Se trata de la angustia de no saber de dónde venimos y dónde vamos. Una persona no tiene derecho de emplazar a otra, responder una pregunta tan angustiosa.
-¿Cómo influyó Juan Bosch en su vida y en su obra?
-En una recopilación que se hizo de mis primeros versos están las bases de esa influencia. Cuando Bosch me presenta como poeta, yo no estaba preparado para eso. No practicaba la poesía, solo eventualmente como podía practicar la natación. No dejé de practicar el dibujo y tocaba piano con éxito. Pero Bosch me presentó con una pregunta terrible, “¿será este el poeta social esperado?". Y eso es la clave de todo. Empecé a investigar qué era ser poeta, qué era un poeta social esperado y por qué era esperado. Como al mismo tiempo estudiaba derecho, me gradué en la primera promoción de doctores, porque antes salían como licenciados. Al hacerme abogado adquiero cierta responsabilida social, cierta posición en la vida. Esas cosas se mezclan. Inmediatamente de hacer mi presentación Bosch abandonó el país. Su salida fue también una orientación. Diez años después, yo también abandoné el país. Mi pensamiento se había desarrollado mucho. Terminó la Segunda Guerra Mundial y eso era un nuevo mundo que se abría para aquella generación.
-¿Pero no siente que el pensamiento de Bosch habría influido en usted y otros jóvenes de su generación?
-El pensamiento directo de Bosch no, en absoluto. No, porque él estaba en el exilio y de él no se sabía nada. (No le gustó la pregunta).
-¿Cuando llegó a La Habana volvió a ver a Bosch?
-Cuando llegué a La Habana tenía 34 años. Allá escribí Hay un país en el mundo (1949), se lo llevé a Bosch de inmediato, se entusiasmó y dispuso inmediatamente su publicación. Vendió 500 ejemplares a pesos, que eran dólares, a la dirección de Cultura del gobierno y 150 ejemplares en la oficina de Publicidad del Palacio, eso fueron 650 pesos que él me entregó, indicándome que debía pagar el precio de edición, que eran ciento y pico de pesos, por mil ejemplares, de los cuales nada más salieron 900.
-¿Estableció vínculos con Bosch cuando en 1963 fue Presidente?
-Era Presidente y no era fácil verlo. Abrí con José Espaillat y Tulio Arvelo un bufete de abogados. Ahí estuvimos hasta el golpe de Estado que derrocó a Bosch. Por casualidad Espaillat y Arvelo estaban fuera del país y allí se quedaron. Y yo tuve que esconderme por ahí, teniendo mujer e hijos, fue un tiempo muy díficil. En noviembre de 1965 me fui del país y volví en septiembre de 1968.
-¿Cuándo se reanudan sus vínculos con Bosch?
-No lo sé bien, pero cuando escribí "Amén de mariposas", fui a llevarle a Madrid el poema. Él estaba en Londres, pero estaba doña Carmen. Y le leí a ella el poema inédito en su casa. Ella lo llamó por teléfono y le dijo, “aquí está Pedro’. Siempre hubo esas cosas, que a él y a doña Carmen...
-A pesar de sus cercanas relaciones, ¿por qué nunca militó en el PLD?
-Nuestras relaciones no eran políticas, propiamente dichas.
Huérfano de madre desde los tres años, nada pudo compensarle la carencia de afecto. Mucho menos perdonar ese extraño designio del que llaman Dios.
Sus primeros años transcurrieron en el desaparecido ingenio Cristóbal Colón. Sin amigos ni diversiones, mitigó la soledad en la lectura voraz de los doce tomos de la colección del Tesoro de la Juventud y algunos clásicos.
”La muerte de mi madre me creó una situación de angustia, de búsqueda de algo que me faltaba.
Estudié en Macorís. Iba diariamente en una yola del ingenio a la población.Era la yola que llevaba la correspondencia. Imaginaba que el río Higüamo era tan grande como el Missisippi. Hice casi todos mis estudios primarios en esas condiciones. Pasaba durante un período la semana entera fuera de mi casa. Estaba solo. Eso tuvo como consecuencia que nunca aprendí a jugar pelota, ni a jugar embique, ni bolas.
Iba a la escuela en la lancha del cartero, pero el ingenio tenía muchísimas lanchas de moto. En los días de fiestas se organizaban giras y paseos remontando el río. Paseos inolvidables. Pero, además, el central tenía autómoviles en 1920 -cuando yo tenía siete años-. Los primeros que llegaron al país llegaron a los ingenios. Había muchos. Y ,mucho quiere decir 10 o 12. Pero, en el ingenio, donde yo nací, hubo cine.
Por eso cuando un avión cayó sobre el cañaveral próximo a su casa, a principios de los años 20, no conmocionó como lo hicieron los que veían por primera vez esa nave.
Por caer en un cañaveral el piloto resultó ileso. Yo era un niño, pero ví como montaron el avión en un vagón del ferrocarril. El piloto calzaba polainas, anteojos y un gorro, era una especie de personaje celestial. La gente lo rodeó asombrada. Por mis libros conocía los últimos inventos. La bombilla eléctrica tenía pocos años de vida, la telegrafía sin hilos había sido patentizada en el 1900. Tenía conciencia de que esos inventos representaban mi época y de que abordaría un avión.
El segundo encuentro de Mir con un avión fue en 1927, cuando Charles Lindbergh, a bordo del Espíritu de San Luis, realizó la primera travesía sin escala, desde Nueva York a París. Aquel hombre solitario en aquella cáscara de nuez se convirtió en un delirio para la humanidad. Desde ese momento, muchos comercios y niños empezaron a llamarse Limbert. Aquel hombre solitario en aquella cáscara de nuez, fue un delirio para la humanidad. Después de eso, todo se llamaba Límber, la lavandería de los chinos, el personaje de mi libro, los restaurantes. En 1944 volé, cuando me fui del país desde el aeropuerto de Miraflores, que estaba en el kilómetro 1 l/2 del Parque Independencia, eso era las afueras de la capital, era zona de cabareces y vida nocturna prohibida.
Crecí oyendo hablar de política. No en mi casa, pues papá era cubano y mamá puertorriqueña. Gregorio Urbano Gilbert, siendo un muchacho, atacó por sorpresa a las tropas invasoras norteamericanas. De modo que ese individuo se convirtió en un héroe nacional, yo oía eso. En 1916 cuando esa hazaña yo tenía tres años, cuando empiezo a oir hablar de Gilbert es en la escuela.
Nací en un ingenio azucarero. En 1925 terminé mis estudios primarios, y cuando me mandaron a Macorís me pusieron en sexto curso. Estando en recreo venían los dulceros con una batea, para atender las demandas de los muchachos, cuando apareció Gilbert. Los muchachos lo aclamaron. Pronunció algunas palabras y se despidió diciendo: “Bueno, muchachos jártense sus dulces". Eso se me grabó. No podía entender que los héroes podían decir jártense sus dulces. Pensaba que deberían hablar como los ángeles. Ese era el clima de esa época. No recuerdo oir hablar de Trujillo. Pero cuando llegó al poder se levantó una ola de rechazo en Macorís. Había un diputado por Macorís que se llamaba Virgilio Viloma-Era muy popula-Él empezó a hacer campaña por Velázquez y lo hicieron desaparecer de la contienda electoral. Años después supe que huyó a Puerto Rico. El repudio a la nueva situación fue generalizado. Macorís era muy horacista, por eso Trujillo no quiso saber de ese pueblo y por eso estaba lleno de informantes. Era una región muy activa políticamente y de resistencia armada. Fue una época de cambios para todo el país.
En Macorís se hablaba con intensidad de política y del advenimiento de Rafael Trujillo al pode-Trujillo había dirigido la persecución a los gavilleros."
-¿Cómo empieza el germen de la poesía y la rebeldía en su vida?
-Me crié en ese ambiente de desdén al régimen que llegó en 1930. Vine a la capital a estudiar a los quince años, el segundo teórico, a la Escuela Normal Superio-Estando yo en ese curso hubo un movimiento de protesta contra el régimen. En consecuencia, nombraron un nuevo directo-Los profesores se dividieron. Otros se fueron y formaron la Escuela Normal Independiente. La realidad de los hechos nunca los supé. Pero me fui a la escuela Independiente, con el matemático Osvaldo García de la Concha. Entre mis compañeros estaba Julito Ricart. Era inolvidable, porque era hipnotista. Le tenía pánico. Hipnotizó a Rafael Abreu, que luego se convirtió en informante de Trujillo. Eso fue muy impresionante, para un niño de 15 años en la capital. Esa fue mi primera actividad pública política y oposicionista. La única en mi vida, porque las demás fueron clandestinas.
-¿Tuvo viviencias en su casa que lo sensibilizaran ante la política?
-Papá era un ingeniero mecánico cubano. Era indiferente a la política, porque era extranjero. Y mamá, Vicenta Valentín, era puertorriqueña.
-Con padres extranjeros, ¿cómo es tan dominicano?
-Conocía a Cuba y Puerto Rico por referencia. Mi vida eran mis compañeros de estudios, los compañeros de bohemia y los de mi edad. Uno es del sitio donde forma su conciencia. Me interesaron Cuba y Puerto Rico tardíamente.
-¿Cómo empieza a cocerse ese barro en que se convirtió Pedro Mir?
-Gracias a la enciclopedia, conocí a temprana edad el contenido de las obras de William Shakespeare. Conocí los cuentos infantiles de Anderson. No tenía una vocación especial. Sucedió que los libros estaban ahí. Vivía en un ingenio, tenía pocos amigos, la mayor parte del tiempo la pasaba en la casa, y leer era mi entretención. El cine empezaba.
-¿Qué pasó cuando se trasladó a San Pedro de Macorís?
-Empecé a ver otras cosas. Un poeta era un príncipe en Macorís. Había concursos de sonetos, de piropos, pero la poesía era lo más alto. Allá vivieron Gastón Deligne, Federico Bermúdez, Virgilio Díaz Ordoñez. Se le rendía pleitesía a los poetas y todos queríamos ser poetas. Los inmigrantes enriquecidos querían adornar sus vidas, y no ser simplemente vendedores de autómoviles y sacos arroz. Ellos patrocinaban premios. Y los abogados eran más ilustres que los médicos, por el don de la palabra. Había un ambiente cultural muy importante. Al Teatro Colón venían artistas extranjeros, por el 1925, venía compañías mexicanas, españolas, el tenor Lázaro, con fama mundial y que grababa en la Victor, cantó en Macoris, porque había mucho dinero. Había una meta espiritual que favorecía la cultura. La gente le ponía a sus hijos nombres de intelectuales. Todos querían ser intelectuales. Había librerías. Mis amigos estaban en eso. Salvador Ortíz, Francisco Domínguez Charro, poeta, Carlos Curiel, Bebecito Leonor, formábamos un grupo que intercambiambos libros. Para esa época leí a Guillermo de Torres, literatura de vanguardia, ya esto es como 1937 o algo así, el dadaísmo, el expresionismo. Conocíamos a Freud, leíamos a Proust. Francisco Leonor iba todos los días al parque con Freud debajo del brazo y lo prestaba. Se hablaba de la interpretación de los sueños. Curiel y Ortíz eran aficionados a Proust. Conocía a James Joyce, visitaba una casa y se habalaba de eso. Había un intercambio cultural permanente. Había librerías como Campillo donde pedíamos libros y nos los traían.
-¿Qué ideas políticas circulaban?
-Los pensamientos políticos no estuvieron cerca de mi vida en Macorís. Inclusive cuando llegaron los refugiados españoles, ellos hicieron una labor de agitación y entró el socialismo y el marxismo a Macorís. Ya yo estaba en la capital, pero muchos amigos macorisanos se convirtieron en socialistas. Aquí en la capital permanecí al margen de esas cosas, porque empecé a tocar piano y mi vida empezó a girar hacia la bohemia. En casa había piano, mi hermana Lilia estudió piaino. A Manuel Rueda lo conocí en mi casa, porque ellos estudiaron juntos. Cuando ella se graduó de maestra de piano, llegó a la casa, cerró el piano y no volvió abrirlo más nunca. El piano se quedó ahí, empecé a ponchar las teclar y descubrí la estructura musical. Un mundo fascinado, subyugante. Cada vez que regresaba de la calle y me sentaba al piano arriba encontraba un bombón de chocolate que una vecina misteriosa me hacía llegar todas las tardes. Eso era como un premio. Eso me ponía feliz. Empecé a tener éxito con las muchachas. Me invitaban donde quiera que había un piano. Empecé a sacarle el cuerpo a los estudios. Estudié Derecho a trompones. Lo único que me interesaba era el piano, el amor, 20 años, eso era increíble. Y un día, José Rijo, (fallecido Relacionador Público de la Policía Nacional) compañero de estudios con quien tomaba grandes cantidades de cerveza me dijo que le había llevado mi cuaderno de Cosmografía y vio tus versos. Dijo que tenías talento para la poesía pero que por qué no dirigía tus ojos a tu patria. Se me quedó eso en la mente. Entoces escribí uno versos. Y le dije a Rijo, "llevále estos versos a tu amigo, a ver si eso es lo que él dice”.
-¿Quién era esa persona?
-Juan Bosch. Lo publicó en la página literaria de LISTIN DIARIO, con una presentación que entre otras cosas decía, ¿será este el poeta social esperado? Yo me puse las manos en la cabeza. ¿Y esto qué es? ¿Poeta social? Yo no sabía lo que era eso. Bosch cambió mi vida en 90 grados. Desapareció el piano de mi vida y entró la poesía. Eso fue el 19 de diciembre de 1937. Y al principio de 1938, Bosch abandonó el país y regresó 35 años después. Bosch me llenó de confusiones. ¿Qué era ser poeta? ¿Qué era un poeta social? ¿Por qué es esperado? Ahí empezaron mis estudios de Estética. ¿Qué es el arte? ¿Qué es la poesía? ¿Qué era la justicia social? La justicia social me llevó al Socialismo. Y al toparme con el socialismo, me encontré con los socialistas. Y empiezo una actividad de otra naturaleza. Se me acerca gente como Mauricio Báez, Ramón Grullón, Chito Henríquez, quien jugó un papel importante en mi vida, Carlos Curiel, quien cogió mucha solitaria. 1946 fue un hervidero. Había una tremenda agitación. Terminó la Segunda Guerra Mundial y la vida del planeta cambió. Hay todo un marco de acontecimientos en esa época. Llegan los refugiados españoles. Hago contacto con ellos. Yo tenía un bufete en la Mercedes 6. Ahí pasé unos sustos políticos del diablo. Eramos Tulio Arvelo y yo. Después se incorporó Luis Columna Velazco.
Las ideas socialistas llegaron con los intelectuales españoles. Lo determinante fue y para nuestra generacion fue una sorpresa, fue que Rusia se volvió una potencia mundial. Y una serie de países formaron la Unión Soviética. Eso representó un cambio en el equilibrio de fuerzas mundiales y anunciaba cambios profundos. Fue una época estremecedora. Después empezó la Guerra Fría y los rusos se convirtieron en enemigos de la humanidad y a los pobres comunistas había que eliminarlos como cucarachas. El socialismo se convierte en una especie de cristianismo, donde el martirio juega su papel y el que se mete ahí sabe que está condenado al martirilogio. Eso ennoblece esa causa. Le dio un sentido. Fue un proceso que durante 50 años movió todas las fuerzas de la humanidad. Hubo un momento en que se pensaban que las dictaduras desaparecerían del planeta. Pero la vida mostró que las cosas no eran tan sonrientes. Por allá empezaron a cometer disparates. El martirio ya no tenía la pureza. Eso fue la evolución de las cosas. Y uno, como un taponcito de corcho, anda flotando en esas mareas, sin fuerzas personal y la vida moviéndose. Eso me llevó a la poesía. Bosch, quien es que me presenta en sociedad, abandonó el país. Aquí nada más llegaba la resonancia, de que se había convertido en un personaje por allá.
Los españoles se distribuyeron por toda la República. Los que fueron a San Francisco de Macorís eran catedráticos. Había de todas clases. Ellos influyeron políticamente, aunque su actividad no fuera política. Por ejemplo, Enrique Casals Chapí, fundó la Orquesta Sinfónica Nacional. Presentó las nueve sinfonía de Bethoven y la coral. Eso hacía que uno viera a esos españoles como semidioses. Tuve un amigo Justo Turc, él era abogado. Lo volví a encontrar en México. En México, tuve amigos que habían estado aquí, periodista de Novedades, como Marino Carreras y su esposa Laura Bolaños.
Yo no me enrolo aquí. Era empleado público, profesor de la Normal. Mi asunto no era el partido. Lo mío eran las ideas sobre la evolucion historica de la humanidad, eso era la médula de mi poesía. Una visión de la generacion a la que yo pertenecía, a la perspectiva del genero humano en la epoca que me tocó vivir. Un testimonio de la existencia del paso del hombre por este planeta y para eso habia que estar en el centro de los acontecimientos.
Pensaba que si usted quería escribir un libro de amor, usted tenía que estar enamorado de verdad.
El poeta tiene que vivir lo que escribe, sino no hay literatura. Si no es así lo que usted, usted tiene que identificar su vida con su poesía. Sino lo que escribe es una banalidad. Igualmente en la pintura.
Era todavía un adolescente cuando empezó la Era de Trujillo y salgo un hombre adulto.
-¿Cómo influyó Trujillo?
-Profundamente, inmensamente, el terror, el miedo. Viví 17 años bajo el régimen de Trujillo. Entonces los refugiados fueron de extraordianria importancia en la vida de los dominicanos, particularmente los intelectuales, los músicos, los poetas, los pintores. Eso fue un fenómeno de extraordinaria influencia. Pero también los acontecimientos políticos de 1945, la Segunda Guerra Mundial. Esa contienda no fue sólo la lucha entre tropas. Fue una guerra contra las tiranías, contra el terror, el racismo. Esas eran las cosas que estaban en el aire en la edad en que estaba uno. Eran conflictos muy profundos y uno no podía permanecer indiferente. Era imposible. Te obligaban a ser trujillista, pero en cierto modo uno estaba obligado a ser antitrujillista. Era una contradicción tremenda. Era un drama para todos. Para los que favorecían el régimen, para los que luchaban en contra, para los indiferentes, para todo el mundo.
- A usted se le ubica en la Generación Independiente, ¿independiente de qué?
(Silencio. Respira hondo. Hay muchas respuestas que todavía están en el aire).
-El profesor Juan Bosch nunca le dijo que tenía que...
-...Bosch se fue enseguida.
-¿Le molesta que piense que Bosch influyó en usted?
-No, no. Bosch publicó mis primeros poemas y salió del país semanas después. Él no dejó de influir, porque me calificó como “el poeta social esperado’. Él no me dijo por qué y tuve que investigarlo y me asombro de la visión que tuvo en esa época de esas cosas. Porque en definitiva él también era joven. No creo que ningún hombre estubiera sujeto, en esa época, a la influencia de una persona. Aún cuando esa persona fuera Trujillo que se metía en todo.
-Sus relaciones con Balaguer, ¿cómo fueron?
-Nulas. Nos vimos en actos sociales. Nunca he conversado con él.
Me siento la voz chiquita ya.
- Pasaron los años, el mundo cambió. ¿Qué ha sido todo esto?
-Eso me lo pregunto todas las noches. Cuando uno está viviendo las cosas, no las percibe. Después resulta que esa fue una vida determinada. Una época. Un mundo particulam, que hay elementos que son comunes a todas las vidas y tiempos. Vi nacer el automóvil, el avión y el Internet. Soy un testigo del siglo XX. La vida será otra en el siglo XXI. Viví una época de la humanidad.Viví entre dos grandes guerras. También viví el período en que se hablaba de la Tercera Guerra Mundial. El mundo giró en esas dos grandes aventuras del género humano. ¿Qué se buscaba? ¿Qué se consiguió? Es que la especie humana se comporta así, en la búsqueda de un ideal que nunca se alcanza. La vida consiste en eso. Parece que no se puede vivir sin un ideal. porque millones de seres, en todas las épocas, se sacrifican por ideas que después resultan equivocadas, que no conducen a ninguna parte. El hombre ha ido evolucionando sobre este planeta que algún día acabará. ¿La vida qué es? ¿Y para qué uno ha venido al mundo? Esos son problemas demasiados aterradores.
-El papel del poeta a fin del milenio.
-La poesía no es para entretenerse. La poesía es una visión del mundo que no pudiera obtenerse sino es por el canal de la creación poética. Entonces, siempre el poeta tuvo esa visión del futuro, de lo que ha de venir, del mundo en que van a vivir las nuevas generaciones, de los cambios en las relaciones entre los hombres. La poesía es un arte como todas las artes.
-A principio de siglo un poeta era un príncipe mimado. ¿Y ahora?
-Creo que un poeta seguirá siendo un poeta como lo fue en San Pedro de Macorís al inicio del siglo. Es un forma artística de ver y conocer el mundo de comunicar ese conocimiento a los demás. Hoy la misión del poeta es muy clara. Son los poetas los que deben penetrar en los misterios del siglo que viene. Mediante los poetas, las facultades humanas adquieren nueva dimensión.
Cronología
-1913, 3 de junio, nació Pedro Mir en el ingenio Cristóbal Colón, San Pedro de Macorís.
-1916, muere Vicenta Valentín. Mir se convierte en huérfano.
-1928, se muda a Santo Domingo.
-1936, publica primer poema.
-Pertenece al grupo de poetas, llamados independientes.
1941, se gradúa de abogado en la Universidad de Santo Domingo.
1947, salió al exilio hacia La Habana, Cuba.
-1949, "Hay un país en el mundo”.
-1952 "Contracanto a Walt Wihitman”.
-1961, Maricusa Ornes regresa del exilio y da a conocer “Hay un país en el mundo’en un espectáculo lírico cultural.
-1963, Mir regresa del exilio.
-1969 "Amén de mariposas”.
-1982, declarado por el Congreso como Poeta Nacional.
-"El huracán Neruda”, 1983.
-"La gran hazaña de Limbergh”,
-"Historia del hambre”,
De los periódicos
24 marzo 1980. "Mi poesía es producto del sufrimento. Cuando escribí Hay un país en el mundo, en 1949 en La Habana, padecía de soledad, hambre, miedo, inseguridad física, la nostalgia patria. Esa mano de hierro que me estrangulaba me dio la fuerza”.
24 de marzo 1980. "El poeta es un medium. Transmite con palabras lo que no se puede transmitir con palabras”.
"Si no hubiera salido del país, no hubiera escrito nunca Hay un país en el mundo. Aquella época era tan represiva que las palabras para el poema no hubieran nacido. Todos nosotros llevábamos el temor por dentro”.
“Cuando amaban las tierras comuneras’ fue el resultado de investigaciones históricas para definir al hombre dominicano’.
29 septiembre 1982. Un grupo de intelectuales solicitó al Congreso Nacional declarar oficialmente a Pedro Mir como Poeta Nacional. La comunicación está firmada por Nereyda Negrín, Mercedes Sabater de Macarrulla, Melba Báez de Erazo, Franklín Almeyda Rancier, Virgilio Bello Rosa y Fernando Valdez. El grupo consideró que a Mir no se le disputa el calificativo de Poeta Nacional, porque ya el pueblo dominicano lo declaró como tal.
12 octubre 1982. El ex-presidente Joaquín Balaguer apoyó la iniciativa de un grupo de intelectuales para que Pedro Mir sea declarado Poeta Nacional. Consideró a Mir como la voz lírica más pura de las presentes generaciones.
28 mayo de 1983. El Comité de Intelectuales que preside el profesor Juan Bosch anunció que emprenderá una campaña de recaudación de fondos para construir una casa a Pedro Mir.
5 noviembre 1983. De acuerdo a una información publicada en Vanguardia del Pueblo, del Partido de la Liberación Dominicana, será entregada este mes la casa que el Comité de Intelectuales donará a Pedro Mi. La vivienda adquirida en 75 mil pesos, está ubicada en la calle Josefa Perdomo número 5, del sector de Gazcue.
25 enero 1988. Mir afirma que el hambre es un fenómeno tan ultramoderno en la historia de la República Dominicana que coincide de manera exacta con la invención y desarrollo de la televisión. Mir sostuvo que paradógicamente la abundancia de bienes ha traido consigo una abundancia del hambre y la desnutrición del país.
21 marzo de 1993. Mir considera que las cosas han cambiado tanto que él ya se encuentra extraño en este mundo. “Las cosas tenidas por buenas se convirtieron en malas y las malas se han convertido en buenas’.
3l mayo 1993. “”Mis amores, mis pasiones, mis ilusiones, mis anhelos, no eran míos, eran los de todo el mundo. Lo que hay de mío fueron las peripecias que me hicieron tomar, tal o cual sendero”.
3l mayo 1993. “”Por mi baja estatura, me decían microbio, taponcito, enano... me sentía despreciado. Tal vez por eso, quería ser como una de esas gentes que escribían en los libros que leía de niño. Así, todo el mundo me tendría cariño, encontraría amparo en todos los corazones”.
3l mayo 1993. “He conocido profundamente la soledad. Estamos amenazados por esa muerte solitaria, todo el mundo cierra sus ojos y se queda dentro, completamente solo”.
18 abril 1994. "Quería ser Rubén Darío o Fabio Fiallo, ambos eran cónsules de sus respectivos países, y vivían la vida bohemia del París de aquellos años. Pensaba que eso era un atributo de los grandes poetas, pero entiendo que hoy las cosas no son así”.
8 octubre 1994. “La poesía no es una mercancía. En nuestro mundo actual, lo primordial es el dinero. La poesía no puede entrar al mercado competitivo".
Mir en la mirilla
-Juan Bosch: "es uno de los grandes poetas de la lengua española de todos los siglos. Que sea Pedro Mir la bandera poética de la República Dominicana y de la unidad de los pueblos de América Latina''. 1983.
Listín Diario, 01/05/1999
MUJERES EN LA INDEPENDENCIA
Mujeres en la Independencia
Maria Baltasara de los Reyes y Bustamante, armada de un fusil, estuvo de guardia en el fuerte del angulo la noche del 27 de Febrero y la madrugada del 28 haciendo atrevidas incursiones al río Ozama
Por César Nicolás Penson / El Caribe
La Trinitaria, organización clandestina determinante en el proceso de Independencia, fue fundada en la casa de Ana Mercedes Pérez de la Paz (Chepita), madre de Juan Isidro Pérez, uno de los 9 fundadores de la sociedad, el día 16 de julio, fecha consagrada a la Virgen del Carmen, de 1838.
La propia madre del apóstol J.P. Duarte, Manuela Diez y Jiménez, natural de El Seibo, tuvo una comprometida acción en el movimiento febrerista. El 19 de marzo de 1845 fue expulsada con sus hijos hacia Venezuela donde murió.
Rosa Duarte fue activista fabricante de balas que repartió escondidas en su vestimenta, y cronista de los eventos que culminaron en el nacimiento de la primera República. Micaela de Rivera y Froiliana Febles, esposas de Ramón y Pedro Santana, sacrificaron sus joyas para comprar las primeras embarcaciones de la Marina de Guerra y fabricaron las balas repartidas de El Seibo.
María Baltasara de los Reyes y Bustamante, madre del general Juan Alejandro Acosta fundador de la Marina, armada de un fusil estuvo de guardia en el Fuerte del Angulo, la noche del 27 y la madrugada del 28, haciendo atrevidas incursiones al río Ozama.
María Trinidad Sánchez, tía del Padre de la Patria, estuvo presente en la noche de la proclamación y fue activista dedicada a las causas de la Independencia. Participó en la confección de la primera bandera.
Fue fusilada el 27 de febrero del 1845, y murió mostrando un decoro y valor inigualables. Juana Trinidad, La Saltitopa, “La Coronela inmortal”, de generales inciertas y fecha de nacimiento desconocida, dio inequívocas muestras de valor en la batalla del 30 de Marzo en Santiago.
Fue asesinada en combate en el 1801. María Josefa Brea Hernández, esposa de Mella, sufrió el martirio y las persecuciones del prócer antes y después de la Independencia.
Concepción Bona, prima hermana de Pedro Alejandro Pina, con su prima María de Jesús Pina Benítez, de 14 años, tejió la primera bandera que ondeó en el baluarte la noche del 27 de febrero.
Prudencia Lluberes Álvarez fue la segunda novia de Duarte y sufrió sus destierros y persecuciones. Vicenta Cedeño Suárez confeccionó la bandera de Higüey, con apenas 16 años.
En La Vega ondeó el 4 de marzo, confeccionada por las hermanas María del Carmen, Apolinaria Angustia y Manuela Villa del Orbe.
En Santiago fue izada el 6 de marzo hecha por Ana Apolinaria Pérez, esposa de Juan Luis Franco Bidó. La Leonor, se llamó la goleta que llevó por los mares, por vez primera, la bandera nacional. ¡Y muchas mujeres más…!
César Nicolás Penson Paulús es empresario
Maria Baltasara de los Reyes y Bustamante, armada de un fusil, estuvo de guardia en el fuerte del angulo la noche del 27 de Febrero y la madrugada del 28 haciendo atrevidas incursiones al río Ozama
Por César Nicolás Penson / El Caribe
La Trinitaria, organización clandestina determinante en el proceso de Independencia, fue fundada en la casa de Ana Mercedes Pérez de la Paz (Chepita), madre de Juan Isidro Pérez, uno de los 9 fundadores de la sociedad, el día 16 de julio, fecha consagrada a la Virgen del Carmen, de 1838.
La propia madre del apóstol J.P. Duarte, Manuela Diez y Jiménez, natural de El Seibo, tuvo una comprometida acción en el movimiento febrerista. El 19 de marzo de 1845 fue expulsada con sus hijos hacia Venezuela donde murió.
Rosa Duarte fue activista fabricante de balas que repartió escondidas en su vestimenta, y cronista de los eventos que culminaron en el nacimiento de la primera República. Micaela de Rivera y Froiliana Febles, esposas de Ramón y Pedro Santana, sacrificaron sus joyas para comprar las primeras embarcaciones de la Marina de Guerra y fabricaron las balas repartidas de El Seibo.
María Baltasara de los Reyes y Bustamante, madre del general Juan Alejandro Acosta fundador de la Marina, armada de un fusil estuvo de guardia en el Fuerte del Angulo, la noche del 27 y la madrugada del 28, haciendo atrevidas incursiones al río Ozama.
María Trinidad Sánchez, tía del Padre de la Patria, estuvo presente en la noche de la proclamación y fue activista dedicada a las causas de la Independencia. Participó en la confección de la primera bandera.
Fue fusilada el 27 de febrero del 1845, y murió mostrando un decoro y valor inigualables. Juana Trinidad, La Saltitopa, “La Coronela inmortal”, de generales inciertas y fecha de nacimiento desconocida, dio inequívocas muestras de valor en la batalla del 30 de Marzo en Santiago.
Fue asesinada en combate en el 1801. María Josefa Brea Hernández, esposa de Mella, sufrió el martirio y las persecuciones del prócer antes y después de la Independencia.
Concepción Bona, prima hermana de Pedro Alejandro Pina, con su prima María de Jesús Pina Benítez, de 14 años, tejió la primera bandera que ondeó en el baluarte la noche del 27 de febrero.
Prudencia Lluberes Álvarez fue la segunda novia de Duarte y sufrió sus destierros y persecuciones. Vicenta Cedeño Suárez confeccionó la bandera de Higüey, con apenas 16 años.
En La Vega ondeó el 4 de marzo, confeccionada por las hermanas María del Carmen, Apolinaria Angustia y Manuela Villa del Orbe.
En Santiago fue izada el 6 de marzo hecha por Ana Apolinaria Pérez, esposa de Juan Luis Franco Bidó. La Leonor, se llamó la goleta que llevó por los mares, por vez primera, la bandera nacional. ¡Y muchas mujeres más…!
César Nicolás Penson Paulús es empresario
PEDRO MIR: HAY UN PAIS EN EL MUNDO
Hay un país en el mundo
Hay
un país en el mundo
colocado
en el mismo trayecto del sol,
Oriundo de anoche,
Colocado
en un inverosímil archipiélago
de azúcar y de alcohol.
Sencillamente
liviano,
como una ala de murciélago
apoyado en la brisa.
Sencillamente
claro,
como el rastro del beso en las solteras antiguas.
o el día en los tejados.
Sencillamente
frutal, fluvial. Y material. Y sin embargo
sencillamente tórrido y pateado
como una adolescente en las caderas.
Sencillamente triste y oprimido.
Sinceramente agreste y despoblado.
En verdad.
Con dos millones
suma de a vida
y entre tanto
cuatro cordilleras cardinales
y una inmensa bahía y otra inmensa bahía,
tres penínsulas con islas adyacentes
y un asombro de ríos verticales
y tierra bajo los árboles y tierra
bajo los ríos y en la falda del monte
y al pie de la colina y detrás del horizonte
y tierra desde el cantío de los gallos
y tierra bajo el galope de los caballos
y tierra sobre el día, bajo el mapa, alrededor
y debajo de todas las huellas y en medio el amor.
Entonces
es lo que he declarado.
Hay
un país en el mundo
sencillamente agreste y despoblado.
Algún amor creerá
que en este fluvial país en que la tierra brota,
y se derrama y cruje como una vena rota,
donde el día tiene su triunfo verdadero,
irán los campesinos con asombro y apero
a cultivar,
cantando
su franja propietaria.
Este amor
quebrará su inocencia solitaria.
Pero no.
Y creerá
que en medio de esta tierra recrecida,
donde quiera, donde ruedan montañas por los valles
como frescas monedas azules, donde duerme
un bosque en cada flor y en cada flor de la vida,
irán los campesinos por la loma dormida
a gozar
forcejeando
con su propia cosecha.
Este amor
doblará su luminosa flecha.
Pero no.
Y creerá
que donde el viento asalta el íntimo terrón
y lo convierte en tropas de cumbres y praderas,
donde cada colina parece un corazón,
en cada campesino irán las primaveras
cantando
entre los surcos
su propiedad.
Este amor
alcanzará su floreciente edad.
Pero no.
Hay un país en el mundo
donde un campesino breve
seco y agrio
muere y muerde
descalzo
su polvo derruído,
y la tierra no alcanza para su bronca muerte.
¡Oídlo bien! No alcanza para quedar dormido.
Es un país pequeño y agredido. Sencillamente triste,
triste y torvo, triste y acre. Ya lo dije
sencillamente triste y oprimido.
No es eso solamente.
Faltan hombres
para tanta tierra. Es decir, faltan hombres
que desnuden la virgen cordillera y la hagan madre
después de unas canciones.
Madre de la hortaliza.
Madre del pan. Madre del lienzo y del techo.
Madre solícita y nocturna junto al lecho...
Faltan hombres que arrodillen los árboles y entonces
los alcen contra el sol y la distancia.
Contra las leyes de la gravedad.
Y les saquen reposo, rebeldía y claridad.
Y hombres que se acuesten con la arcilla
y la dejen parida de paredes.
Y hombres
que descifren los dioses de los ríos
y los suban temblando entre las redes.
Y hombres en la costa y en los fríos
desfiladeros
y en toda desolación.
Es decir, faltan hombres.
Y falta una canción.
Miro un brusco tropel de raíles
son del ingenio
sus soportes de verde aborigen
son del ingenio
y las mansas montañas de origen
son del ingenio
y la caña y la yerba y el mimbre
son del ingenio
y los muelles y el agua y el líquen
son del ingenio
y el camino y sus dos cicatrices
son del ingenio
y los pueblos pequeños y vírgenes
son del ingenio
y los brazos del hombre más simple
son del ingenio
y sus venas de joven calibre
son del ingenio
y los guardias con voz de fusiles
son del ingenio
y las manchas del plomo en las ingles
son del ingenio
y la furia y el odio sin límites
son del ingenio
y las leyes calladas y tristes
son del ingenio
y las culpas que no se redimen
son del ingenio
vente veces lo digo y lo dije
son del ingenio
"nuestros campos de gloria repiten"
son del ingenio
en la sombra del ancla persisten
son del ingenio
aunque arroje la carga del crimen
lejos del puerto
con la sangre y el sudor y el salitre
son del ingenio.
Plumón de nido nivel de luna
salud del oro guitarra abierta
final de viaje donde una isla
los campesinos no tienen tierra.
Decid al viento los apellidos
de los ladrones y las cavernas
y abrid los ojos donde un desastre
los campesinos no tienen tierra.
El aire brusco de un breve puño
que se detiene junto a una piedra
abre una herida donde unos ojos
los campesinos no tienen tierra.
Los que la roban no tienen ángeles
no tienen órbita entre las piernas
no tienen sexo donde una patria
los campesinos no tienen tierra.
No tienen paz entre las pestañas
no tienen tierra no tienen tierra.
País inverosímil.
Donde la tierra brota
y se derrama y cruje como una vena rota,
donde alcanza la estatura del vértigo,
donde las aves nadan o vuelan pero en el medio
no hay más que tierra:
los campesinos no tienen tierra.
Y entonces
¿De dónde ha salido esta canción?
¿Cómo es posible?
¿Quién dice que entre la fina salud del oro
Los campesinos no tienen tierra?
Esas es otra canción. Escuchad
la canción deliciosa de los ingenios de azúcar
y de alcohol.
Procedente del fondo de la noche
vengo a hablar de un país.
Precisamente
pobre de población.
Pero
no es eso solamente.
Natural de la noche soy producto de un viaje.
Dadme tiempo
coraje
para hacer la canción.
Y éste es el resultado.
El día luminoso
regresando a través de los cristales
del azúcar, primero se encuentra al labrador.
En seguida al leñero y al picador
de caña
rodeado de sus hijos llenando la carreta.
Y al niño del guarapo y después al anciano sereno
con el reloj, que lo mira con su muerte secreta,
y a la joven temprana consiéndose los párpados
en el saco cien mil y al rastro del salario
perdido entre las hojas del listero. Y al perfil
sudoroso de los cargadores envueltos en su capa
de músculos morenos. Y al albañil celeste
colocando en el cielo el último ladrillo
de la chimenea. Y al carpintero gris
clavando el ataúd para la urgente muerte,
cuando suena el silbato, blanco y definitivo, que el reposo contiene.
El día luminoso despierta en las espaldas
de repente, corre entre los raíles,
sube por las grúas, cae en los almacenes.
En los patios, al pié de una lavandera,
mojada en las canciones, cruje y rejuvenece.
En las calles se queja en el pregón. Apenas
su pié despunta desgarra los pesebres.
Recorre las ciudades llenas de los abogados
que no son más que placas y silencio, a los poetas
que no son más que nieblas y silencio y a los jueces
silenciosos. Sube, salta, delira en las esquinas
y el día luminoso se resuelve en un dólar inminente.
¡Un dólar! He aquí el resultado. Un borbotón de
sangre.
Silenciosa, terminante. Sangre herida en el viento.
Sangre en el efectivo producto de amargura.
Este es un país que no merece el nombre de país.
Sino de tumba, féretro, hueco o sepultura.
Es cierto que lo beso y que me besa
y que su beso no sabe más que a sangre.
Que día vendrá, oculto en la esperanza,
con su canasta llena de iras implacables
y rostros contraidos y puños y puñales.
Pero tened cuidado. No es justo que el castigo
caiga sobre todos. Busquemos los culpables.
Y entonces caiga el peso infinito de los pueblos
sobre los hombros de los culpables.
Y esa es mi última palabra.
Quiero
oirla. Quiero verla en cada puerta
de religión, donde una mano abierta
solicita un milagro del estero.
Quiero ver su amargura necesaria
donde el hombre y la res y el surco duermen
y adelgazan los sueños en el germen
de quietud que eterniza la plegaria.
Donde un ángel respira.
Donde arde
una súplica pálida y secreta
y siguiendo el carril de la carreta
un boyero se extingue con la tarde.
Después no quiero más que paz.
Un nido
de constructiva paz en cada palma.
Y quizás a propósito del alma
el enjambre de besos
y el olvido.
Hay
un país en el mundo
colocado
en el mismo trayecto del sol,
Oriundo de anoche,
Colocado
en un inverosímil archipiélago
de azúcar y de alcohol.
Sencillamente
liviano,
como una ala de murciélago
apoyado en la brisa.
Sencillamente
claro,
como el rastro del beso en las solteras antiguas.
o el día en los tejados.
Sencillamente
frutal, fluvial. Y material. Y sin embargo
sencillamente tórrido y pateado
como una adolescente en las caderas.
Sencillamente triste y oprimido.
Sinceramente agreste y despoblado.
En verdad.
Con dos millones
suma de a vida
y entre tanto
cuatro cordilleras cardinales
y una inmensa bahía y otra inmensa bahía,
tres penínsulas con islas adyacentes
y un asombro de ríos verticales
y tierra bajo los árboles y tierra
bajo los ríos y en la falda del monte
y al pie de la colina y detrás del horizonte
y tierra desde el cantío de los gallos
y tierra bajo el galope de los caballos
y tierra sobre el día, bajo el mapa, alrededor
y debajo de todas las huellas y en medio el amor.
Entonces
es lo que he declarado.
Hay
un país en el mundo
sencillamente agreste y despoblado.
Algún amor creerá
que en este fluvial país en que la tierra brota,
y se derrama y cruje como una vena rota,
donde el día tiene su triunfo verdadero,
irán los campesinos con asombro y apero
a cultivar,
cantando
su franja propietaria.
Este amor
quebrará su inocencia solitaria.
Pero no.
Y creerá
que en medio de esta tierra recrecida,
donde quiera, donde ruedan montañas por los valles
como frescas monedas azules, donde duerme
un bosque en cada flor y en cada flor de la vida,
irán los campesinos por la loma dormida
a gozar
forcejeando
con su propia cosecha.
Este amor
doblará su luminosa flecha.
Pero no.
Y creerá
que donde el viento asalta el íntimo terrón
y lo convierte en tropas de cumbres y praderas,
donde cada colina parece un corazón,
en cada campesino irán las primaveras
cantando
entre los surcos
su propiedad.
Este amor
alcanzará su floreciente edad.
Pero no.
Hay un país en el mundo
donde un campesino breve
seco y agrio
muere y muerde
descalzo
su polvo derruído,
y la tierra no alcanza para su bronca muerte.
¡Oídlo bien! No alcanza para quedar dormido.
Es un país pequeño y agredido. Sencillamente triste,
triste y torvo, triste y acre. Ya lo dije
sencillamente triste y oprimido.
No es eso solamente.
Faltan hombres
para tanta tierra. Es decir, faltan hombres
que desnuden la virgen cordillera y la hagan madre
después de unas canciones.
Madre de la hortaliza.
Madre del pan. Madre del lienzo y del techo.
Madre solícita y nocturna junto al lecho...
Faltan hombres que arrodillen los árboles y entonces
los alcen contra el sol y la distancia.
Contra las leyes de la gravedad.
Y les saquen reposo, rebeldía y claridad.
Y hombres que se acuesten con la arcilla
y la dejen parida de paredes.
Y hombres
que descifren los dioses de los ríos
y los suban temblando entre las redes.
Y hombres en la costa y en los fríos
desfiladeros
y en toda desolación.
Es decir, faltan hombres.
Y falta una canción.
Miro un brusco tropel de raíles
son del ingenio
sus soportes de verde aborigen
son del ingenio
y las mansas montañas de origen
son del ingenio
y la caña y la yerba y el mimbre
son del ingenio
y los muelles y el agua y el líquen
son del ingenio
y el camino y sus dos cicatrices
son del ingenio
y los pueblos pequeños y vírgenes
son del ingenio
y los brazos del hombre más simple
son del ingenio
y sus venas de joven calibre
son del ingenio
y los guardias con voz de fusiles
son del ingenio
y las manchas del plomo en las ingles
son del ingenio
y la furia y el odio sin límites
son del ingenio
y las leyes calladas y tristes
son del ingenio
y las culpas que no se redimen
son del ingenio
vente veces lo digo y lo dije
son del ingenio
"nuestros campos de gloria repiten"
son del ingenio
en la sombra del ancla persisten
son del ingenio
aunque arroje la carga del crimen
lejos del puerto
con la sangre y el sudor y el salitre
son del ingenio.
Plumón de nido nivel de luna
salud del oro guitarra abierta
final de viaje donde una isla
los campesinos no tienen tierra.
Decid al viento los apellidos
de los ladrones y las cavernas
y abrid los ojos donde un desastre
los campesinos no tienen tierra.
El aire brusco de un breve puño
que se detiene junto a una piedra
abre una herida donde unos ojos
los campesinos no tienen tierra.
Los que la roban no tienen ángeles
no tienen órbita entre las piernas
no tienen sexo donde una patria
los campesinos no tienen tierra.
No tienen paz entre las pestañas
no tienen tierra no tienen tierra.
País inverosímil.
Donde la tierra brota
y se derrama y cruje como una vena rota,
donde alcanza la estatura del vértigo,
donde las aves nadan o vuelan pero en el medio
no hay más que tierra:
los campesinos no tienen tierra.
Y entonces
¿De dónde ha salido esta canción?
¿Cómo es posible?
¿Quién dice que entre la fina salud del oro
Los campesinos no tienen tierra?
Esas es otra canción. Escuchad
la canción deliciosa de los ingenios de azúcar
y de alcohol.
Procedente del fondo de la noche
vengo a hablar de un país.
Precisamente
pobre de población.
Pero
no es eso solamente.
Natural de la noche soy producto de un viaje.
Dadme tiempo
coraje
para hacer la canción.
Y éste es el resultado.
El día luminoso
regresando a través de los cristales
del azúcar, primero se encuentra al labrador.
En seguida al leñero y al picador
de caña
rodeado de sus hijos llenando la carreta.
Y al niño del guarapo y después al anciano sereno
con el reloj, que lo mira con su muerte secreta,
y a la joven temprana consiéndose los párpados
en el saco cien mil y al rastro del salario
perdido entre las hojas del listero. Y al perfil
sudoroso de los cargadores envueltos en su capa
de músculos morenos. Y al albañil celeste
colocando en el cielo el último ladrillo
de la chimenea. Y al carpintero gris
clavando el ataúd para la urgente muerte,
cuando suena el silbato, blanco y definitivo, que el reposo contiene.
El día luminoso despierta en las espaldas
de repente, corre entre los raíles,
sube por las grúas, cae en los almacenes.
En los patios, al pié de una lavandera,
mojada en las canciones, cruje y rejuvenece.
En las calles se queja en el pregón. Apenas
su pié despunta desgarra los pesebres.
Recorre las ciudades llenas de los abogados
que no son más que placas y silencio, a los poetas
que no son más que nieblas y silencio y a los jueces
silenciosos. Sube, salta, delira en las esquinas
y el día luminoso se resuelve en un dólar inminente.
¡Un dólar! He aquí el resultado. Un borbotón de
sangre.
Silenciosa, terminante. Sangre herida en el viento.
Sangre en el efectivo producto de amargura.
Este es un país que no merece el nombre de país.
Sino de tumba, féretro, hueco o sepultura.
Es cierto que lo beso y que me besa
y que su beso no sabe más que a sangre.
Que día vendrá, oculto en la esperanza,
con su canasta llena de iras implacables
y rostros contraidos y puños y puñales.
Pero tened cuidado. No es justo que el castigo
caiga sobre todos. Busquemos los culpables.
Y entonces caiga el peso infinito de los pueblos
sobre los hombros de los culpables.
Y esa es mi última palabra.
Quiero
oirla. Quiero verla en cada puerta
de religión, donde una mano abierta
solicita un milagro del estero.
Quiero ver su amargura necesaria
donde el hombre y la res y el surco duermen
y adelgazan los sueños en el germen
de quietud que eterniza la plegaria.
Donde un ángel respira.
Donde arde
una súplica pálida y secreta
y siguiendo el carril de la carreta
un boyero se extingue con la tarde.
Después no quiero más que paz.
Un nido
de constructiva paz en cada palma.
Y quizás a propósito del alma
el enjambre de besos
y el olvido.
PEDRO MIR: SI ALGUIEN QUIERE SABER CUAL ES MI PATRIA
Si alguien quiere saber cuál es mi patria
I
Si alguien quiere saber cuál es mi patria
no la busque,
no pregunte por ella.
Siga el rastro goteante por el mapa
y su efigie de patas imperfectas.
No pregunte si viene del rocío
o si tiene espirales en las piedras
o si tiene sabor ultramarino
o si el clima le huele en primavera.
No la busque ni alargue las pupilas.
No pregunte por ella.
(¡Tanto arrojo en la lucha irremediable
y aún no hay quien lo sepa!
¡Tanto acero y fulgor de resistir
y aún no hay quien lo vea!)
No, no la busque.
Si alguien quiere saber cuál es mi patria,
no pregunte por ella.
No quiera saber si hay bosques, trinos,
penínsulas muchísimas y ajenas,
o si hay cuatro cadenas de montañas,
todas derechas,
o si hay varios destinos de bahías
y todas extranjeras.
Siga el rastro goteando por la brisa
y allí donde la sombra se presenta,
donde el tiempo castiga y desmorona,
ya no la busque,
no pregunte por ella.
Su propia sangre, su órbita querida,
su instantáneo chispazo de presencia,
su funeral de risa y de sonrisa,
su potrero de espaldas indirectas,
su puño de silencio en cada boca,
su borbotón de ira en cada mueca,
sus manos enguantadas en la fábrica y
sus pies descalzos en la carretera,
las largas cicatrices que le bajan
como antiguos riachuelos, su siniestra
figura de mujer
obligada a parir
con cada coz que busca su cadera
para echar una fila de habitantes
listos para la rueda,
todo dirá de pronto dónde existe
una patria moderna.
Dónde habrá que buscar y qué pregunta
se solicita. Porque apenas
surge la realidad y se apresura
una pregunta, ya está la respuesta.
No, no la busque.
Tendría que pelear por ella...
II
Así vamos los pueblos de la América
en mangas de camisa. No pregunte
nadie por la patria de nadie.
No pregunte
si el plomo está prohibido, si la sangre
está prohibida, si en las leyes
está prohibida el hambre.
Si resulta la noche
y firmemente los labriegos saben
el rumbo de la aurora,
el curso de la siembra. Si los sables
duermen por largo tiempo,
si están prohibidas las cárceles...
Porque apenas en crudo mozalbete desgranado
enarbola la paz como un fragante
pabellón infinito, en nombre del amor
o de la juventud en medio de las calles,
el látigo produce su rúbrica instantánea,
su bronco privilegio. Porque apenas
un escritor coloca sus telares
en la página blanca y teje un grito
y pide paz y pide voz o pide pan y luz
para las sombras populares,
para los barrios, para las niñas,
para las fábricas, para los matorrales,
cuando no es el ostracismo es el silencio,
cuando no es el olvido es el gendarme...
Y así vamos los pueblos de la América
tan numerosos y unos. No pregunte
nadie
por la patria de nadie.
Ni en los países del mar o los océanos
todos con sus hermosas capitales,
ni en las islas o los cayos
matinales.
No pregunte si hay minas infinitas,
todas inagotables,
y luchas por salvarlas del saqueo,
todas con cadáveres...
Un aroma común, un aire justo
de familia recorre nuestros ángeles,
nuestros fusiles, nuestras metonimias...
Un rostro amargo y una misma mano y unas ardes
melancólica de nuestras tierras creían
los mismos sudores, los mismos ademanes
y la misma garra sangrienta y conocida.
Nadie pregunte por la patria de nadie.
Por encima de nuestras cordilleras y las líneas
fronterizas, más rejas y alambradas que carácter,
o diferencia o rumbo del perfil,
el mismo drama grande,
el mismo cerco impuro el ojo vigilante.
Veinte patrias para un solo tormento.
Un solo corazón para veinte fatigas nacionales.
Un mismo amor, un mismo luego para nuestras tierras
y un mismo desgarramiento en nuestra carne.
No, no pregunte
nadie por la patria de nadie.
Tendría que mudar de pensamiento
y llorar solamente por la sangre...
III
Si alguien quiere saber cuál es mi patria
se lo diré algún día.
Cuando hayan florecido los camellos
en medio del desierto. Cuando digan
que las mujeres bajan sus dos manos
de la cabeza y la alzan en la brisa,
cuando los trenes salgan a la calle
el día de la fiesta con sus vías
bajo el brazo y descanse el fogonero.
Cuando la caña se desnude y rían
los machetes en fuga hacia el batey
dejando en paz las manos sorprendidas.
Cuando todo milagro sea posible
y ya no sea milagro el de la vida:
Cuando empiece a bajar esta manera
de ignominia
y deje al descubierto hacia la aurora
el fondo firme de los pueblos. Día
justo de enumerar las cordilleras
de la nueva semana y cuáles son
los meses que contienen alegría.
Entonces se sabrá cuál es mi patria
y mucha gente irá con sus camisas
de todos los colores y ciudades.
Llenarán sus costuras con la firma
nuestra, de nuestra libertad y entonces
irán a repartirlas.
La llevarán al viento por los valles
en todas las Antillas.
Dirán que somos libres y golosos,
que gozamos del pan y de la espiga.
Que cada hombre tiene dignidad
cada mujer sonrisa.
Que tenemos la patria verdadera
y ésta también será la patria mía.
Si alguien quiere saber cuál es mi patria
se lo diré ese día.
Yo lo diré tocando la guitarra
con mi novia bordada en la camisa,
con botones de oro, blancos puños
y una gran ampolla sonreída...
Si alguien quiere saber dónde está ella
yo lo diré ese día.
Ahora no lo busque.
No pregunte por ella todavía.
Pero el día fragante que lo sepa
procure estar bien cerca y bullicioso,
porque habrá patria grande para entonces
y no habrá ni un silencio de rodillas...
IV
Si alguien quiere saber cuál es mi patria,
lo diré en una tarde americana.
Cuando el mundo se quite la cabeza
y le arranque la espina innominada.
Cuando el hilo de todas las fronteras
teja como una alfombra todas las patrias.
Y una risa inmensa
recorra las montañas
y haga huir como murciélagos despavoridos
a los acorazados con sus arrogancias,
con su larga cadena de oprobio
que une nuestras gargantas
y nos saca en sangre pulpa
las tierras perfumadas...
Y empiece entonces a inundar las calles
tanta gente escondida dentro de su casaca,
y las imprentas salgan a ver
con el vientre lleno de libros y de portadas
todos nuestros suburbios desde sus páginas
y las madres alcen sus hijos hacia la luz
de la aurora, sin guerra y sin amenazas...
Día justo y solemne de contestar
de cuánto goce se compone una patria.
Cuáles son los veinte ruidos
de la nueva batalla.
A quién le corresponde el apetito,
a quién el gesto copioso y la guirnalda,
qué colorido el del más ancho traje,
qué ritmo el de la más noble carcajada.
Cuáles bueyes y cuáles sementales
en la exposición donde las frutas y las canastas...
Pero ahora
nadie pregunte por la patria
de nadie.
Y el día en que estalle
la libertad suprema y soberana,
procure estar bien cerca y bullicioso
porque habrá una gran patria,
una grande, inmensa, inmóvil patria para todos
y no habrá ni un país para estas lágrimas...
I
Si alguien quiere saber cuál es mi patria
no la busque,
no pregunte por ella.
Siga el rastro goteante por el mapa
y su efigie de patas imperfectas.
No pregunte si viene del rocío
o si tiene espirales en las piedras
o si tiene sabor ultramarino
o si el clima le huele en primavera.
No la busque ni alargue las pupilas.
No pregunte por ella.
(¡Tanto arrojo en la lucha irremediable
y aún no hay quien lo sepa!
¡Tanto acero y fulgor de resistir
y aún no hay quien lo vea!)
No, no la busque.
Si alguien quiere saber cuál es mi patria,
no pregunte por ella.
No quiera saber si hay bosques, trinos,
penínsulas muchísimas y ajenas,
o si hay cuatro cadenas de montañas,
todas derechas,
o si hay varios destinos de bahías
y todas extranjeras.
Siga el rastro goteando por la brisa
y allí donde la sombra se presenta,
donde el tiempo castiga y desmorona,
ya no la busque,
no pregunte por ella.
Su propia sangre, su órbita querida,
su instantáneo chispazo de presencia,
su funeral de risa y de sonrisa,
su potrero de espaldas indirectas,
su puño de silencio en cada boca,
su borbotón de ira en cada mueca,
sus manos enguantadas en la fábrica y
sus pies descalzos en la carretera,
las largas cicatrices que le bajan
como antiguos riachuelos, su siniestra
figura de mujer
obligada a parir
con cada coz que busca su cadera
para echar una fila de habitantes
listos para la rueda,
todo dirá de pronto dónde existe
una patria moderna.
Dónde habrá que buscar y qué pregunta
se solicita. Porque apenas
surge la realidad y se apresura
una pregunta, ya está la respuesta.
No, no la busque.
Tendría que pelear por ella...
II
Así vamos los pueblos de la América
en mangas de camisa. No pregunte
nadie por la patria de nadie.
No pregunte
si el plomo está prohibido, si la sangre
está prohibida, si en las leyes
está prohibida el hambre.
Si resulta la noche
y firmemente los labriegos saben
el rumbo de la aurora,
el curso de la siembra. Si los sables
duermen por largo tiempo,
si están prohibidas las cárceles...
Porque apenas en crudo mozalbete desgranado
enarbola la paz como un fragante
pabellón infinito, en nombre del amor
o de la juventud en medio de las calles,
el látigo produce su rúbrica instantánea,
su bronco privilegio. Porque apenas
un escritor coloca sus telares
en la página blanca y teje un grito
y pide paz y pide voz o pide pan y luz
para las sombras populares,
para los barrios, para las niñas,
para las fábricas, para los matorrales,
cuando no es el ostracismo es el silencio,
cuando no es el olvido es el gendarme...
Y así vamos los pueblos de la América
tan numerosos y unos. No pregunte
nadie
por la patria de nadie.
Ni en los países del mar o los océanos
todos con sus hermosas capitales,
ni en las islas o los cayos
matinales.
No pregunte si hay minas infinitas,
todas inagotables,
y luchas por salvarlas del saqueo,
todas con cadáveres...
Un aroma común, un aire justo
de familia recorre nuestros ángeles,
nuestros fusiles, nuestras metonimias...
Un rostro amargo y una misma mano y unas ardes
melancólica de nuestras tierras creían
los mismos sudores, los mismos ademanes
y la misma garra sangrienta y conocida.
Nadie pregunte por la patria de nadie.
Por encima de nuestras cordilleras y las líneas
fronterizas, más rejas y alambradas que carácter,
o diferencia o rumbo del perfil,
el mismo drama grande,
el mismo cerco impuro el ojo vigilante.
Veinte patrias para un solo tormento.
Un solo corazón para veinte fatigas nacionales.
Un mismo amor, un mismo luego para nuestras tierras
y un mismo desgarramiento en nuestra carne.
No, no pregunte
nadie por la patria de nadie.
Tendría que mudar de pensamiento
y llorar solamente por la sangre...
III
Si alguien quiere saber cuál es mi patria
se lo diré algún día.
Cuando hayan florecido los camellos
en medio del desierto. Cuando digan
que las mujeres bajan sus dos manos
de la cabeza y la alzan en la brisa,
cuando los trenes salgan a la calle
el día de la fiesta con sus vías
bajo el brazo y descanse el fogonero.
Cuando la caña se desnude y rían
los machetes en fuga hacia el batey
dejando en paz las manos sorprendidas.
Cuando todo milagro sea posible
y ya no sea milagro el de la vida:
Cuando empiece a bajar esta manera
de ignominia
y deje al descubierto hacia la aurora
el fondo firme de los pueblos. Día
justo de enumerar las cordilleras
de la nueva semana y cuáles son
los meses que contienen alegría.
Entonces se sabrá cuál es mi patria
y mucha gente irá con sus camisas
de todos los colores y ciudades.
Llenarán sus costuras con la firma
nuestra, de nuestra libertad y entonces
irán a repartirlas.
La llevarán al viento por los valles
en todas las Antillas.
Dirán que somos libres y golosos,
que gozamos del pan y de la espiga.
Que cada hombre tiene dignidad
cada mujer sonrisa.
Que tenemos la patria verdadera
y ésta también será la patria mía.
Si alguien quiere saber cuál es mi patria
se lo diré ese día.
Yo lo diré tocando la guitarra
con mi novia bordada en la camisa,
con botones de oro, blancos puños
y una gran ampolla sonreída...
Si alguien quiere saber dónde está ella
yo lo diré ese día.
Ahora no lo busque.
No pregunte por ella todavía.
Pero el día fragante que lo sepa
procure estar bien cerca y bullicioso,
porque habrá patria grande para entonces
y no habrá ni un silencio de rodillas...
IV
Si alguien quiere saber cuál es mi patria,
lo diré en una tarde americana.
Cuando el mundo se quite la cabeza
y le arranque la espina innominada.
Cuando el hilo de todas las fronteras
teja como una alfombra todas las patrias.
Y una risa inmensa
recorra las montañas
y haga huir como murciélagos despavoridos
a los acorazados con sus arrogancias,
con su larga cadena de oprobio
que une nuestras gargantas
y nos saca en sangre pulpa
las tierras perfumadas...
Y empiece entonces a inundar las calles
tanta gente escondida dentro de su casaca,
y las imprentas salgan a ver
con el vientre lleno de libros y de portadas
todos nuestros suburbios desde sus páginas
y las madres alcen sus hijos hacia la luz
de la aurora, sin guerra y sin amenazas...
Día justo y solemne de contestar
de cuánto goce se compone una patria.
Cuáles son los veinte ruidos
de la nueva batalla.
A quién le corresponde el apetito,
a quién el gesto copioso y la guirnalda,
qué colorido el del más ancho traje,
qué ritmo el de la más noble carcajada.
Cuáles bueyes y cuáles sementales
en la exposición donde las frutas y las canastas...
Pero ahora
nadie pregunte por la patria
de nadie.
Y el día en que estalle
la libertad suprema y soberana,
procure estar bien cerca y bullicioso
porque habrá una gran patria,
una grande, inmensa, inmóvil patria para todos
y no habrá ni un país para estas lágrimas...
Saturday, March 15, 2008
RESCATA GOBIERNO DE USA AL BANCO BEAR STEARNS
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Usted está aquí: sábado 15 de marzo de 2008 → Economía → Rescata el gobierno de Estados Unidos al banco Bear Stearns
■ La institución admitió que su liquidez “se había deteriorado significativamente”
Rescata el gobierno de Estados Unidos al banco Bear Stearns
■ Se han decidido acciones para amortiguar perturbaciones de los mercados, declaró Bush
■ En reserva, la cantidad destinada al salvamento; sólo en los 30 y 60 se utilizó este mecanismo
Reuters y Afp
Ampliar la imagen El presidente George W. Bush ayer en el Club de Economistas de Nueva York Foto: Ap
Ampliar la imagen Oficinas de Bear Stearns en Nueva York Foto: Ap
Washington, 14 de marzo. El gobierno de Estados Unidos, que hasta hace poco tiempo afirmaba que no salvaría a bancos imprudentes, se vio obligado este viernes a salir al rescate de Bear Stearns, luego de que la firma admitió que su liquidez “se había deteriorado significativamente”, un reconocimiento que avivó el temor de una crisis profunda del sistema financiero en aquel país y provocó la caída en el precio de las acciones en las principales plazas del mundo.
La decisión de la Reserva Federal (Fed) estadunidense de acudir al rescate de Bear Stearns, el quinto mayor banco de inversión de Estados Unidos, marcó un hito en el desarrollo de los acontecimientos que en los últimos meses ha colocado a la principal economía del mundo a las puertas de una recesión.
Un alto responsable de la Fed citado por la cadena de información financiera CNBC aseguró que es preciso remontarse a los años 30 del siglo pasado, en plena recesión, y luego a los años 60 para encontrar antecedentes de una operación de salvamento bancario conducido directamente por el banco central, reportó la Afp. Hace 10 años, el fondo especulativo Long Term Capital fue rescatado por grandes bancos privados, a petición de la administración estadounidense.
En los más altos niveles del gobierno de Estados Unidos se ha justificado la distorsión de los principios liberales por los riesgos que amenazan al conjunto del sistema financiero del país, debilitado por el aumento de la morosidad en los créditos hipotecarios concedidos sin debidas garantías de pago.
“Hoy se han decidido nuevas acciones para amortiguar las perturbaciones de nuestros mercados financieros”, declaró el presidente George W.Bush, en un discurso pronunciado en Nueva York mientras en las bolsas el precio de las acciones iba a la baja. “La situación evoluciona rápidamente”, añadió Bush. “Estamos pasando por un momento difícil”, declaró.
Bear Stearns es uno de los cinco grandes bancos de inversión de Wall Street y una eventual quiebra, riesgo que se hizo patente este viernes ante la falta de recursos para atender los pedidos de retiro de fondos de sus clientes, acarrearía un efecto de dominó.
“Es obvio que el aumento de los casos de insolvencia y de embargos de viviendas es un desafío importante para numerosos consumidores y para muchos barrios”, dijo el presidente de la Fed, Ben Bernanke. “La Reserva Federal está firmemente dispuesta a emplear toda su autoridad, sus conocimientos y recursos para aliviar la intranquilidad”, añadió.
Los crecientes problemas que enfrenta Bear Stearns representa “un nuevo desafío” para las autoridades y los mercados financieros, declaró Henry Paulso, secretario estadunidense del Tesoro.
El anuncio de Bear Stearns de que enfrentaba problemas de insolvencia que lo obligaban a recurrir a la Reserva Federal y al JP Morgan Chase por fondos de emergencia intensificaron los temores de una crisis global de crédito, reportó Reuters. Los títulos de Bear Stearns, compañía que se especializa en finanzas hipotecarias e intermediación y que fue uno de los primeros en admitir que tenía problemas por préstamos hipotecarios, perdieron este viernes 47 por ciento de su valor y se desplomaron de 54.2 a 27 dólares por acción, el nivel más bajo en una década.
El financiamiento de urgencia obtenido por Bear Stearns, cuyo monto no fue revelado –en interpretación de algunos analistas para no aumentar la preocupación sobre la debilidad del sistema financiero– serán aportados directamente por la Reserva Federal al banco JP Morgan, que los prestará a Bear Stearns. El suministro se hará en un plazo de 28 días.
Los crecientes problemas del sistema financiero estadunidense aumentaron la percepción de que esa economía se encamina a una recesión, lo que se reflejó este viernes en los índices bursátiles. El indicador Dow Jones, retrocedió 1.6 por ciento, para situarse en 11 mil 951 puntos. El índice Standard and Poor’s 500, más representativo, retrocedió 2.08 por ciento, a un nivel de mil 288 puntos.
En Londres, la bolsa retrocedió 1.07 por ciento; la de París cayó 1.07 y la de Francfort, 0.92 por ciento.
La onza de oro, a nuevo récord: mil 7.40 dólares
En Londres, la onza de oro registró un nuevo récord a mil 007.40 dólares la onza este viernes, al día siguiente de haber franqueado el umbral de los mil dólares por primera vez en la historia debido a una nueva caída del dólar, que se hundió a 1.56 por euro.
El metal amarillo se beneficia a la vez del alza de los precios del petróleo y del derrumbe del dólar. El oro ha ganado cerca de 20 por ciento en 2008 y 32 por ciento en 2007.
Cuando el dólar se hunde, el oro y otras materias primas cotizadas en el billete verde suben, ya que se tornan más baratas para los inversionistas que disponen de divisas más fuertes. El alza del crudo, que alcanzó los 111 dólares el barril en Nueva York, un récord histórico, alimenta asimismo los temores inflacionarios y conduce a los inversionistas a comprar oro, colocación tradicional contra el alza de precios.
Wednesday, March 12, 2008
Saturday, March 1, 2008
MARTI, VISTO POR RUBEN DARIO
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Fecha de Publicación en Bohemia: 25 de enero de 1963
IMPRESIÓN DE JOSÉ MARTÍ
Por: RUBÉN DARÍO
Me hospedé en un hotel español, llamado el hotel América, y de allí se esparció en la colonia hispanoamericana de la imperial ciudad la noticia de mi llegada. Fue el primero en visitarme un joven cubano, verboso y cordial, de tupidos cabellos negros, ojos vivos y penetrantes y trato caballeroso y comunicativo. Se llamaba Gonzalo de Quesada y Miranda, y es hoy ministro de Cuba en Berlín. Su larga actuación panamericana es harto conocida. Me dijo que la colonia cubana me preparaba un banquete que se verificaría en casa del famoso restaurateur Martín, y que el "Maestro" deseaba verme cuanto antes. El Maestro era José Martí, que se encontraba en esos momentos en lo más arduo de su labor revolucionaria. Agregó, asímismo Gonzalo, que Martí me esperaba esa noche en Hermand Hall, en donde tenía que pronunciar un discurso en una asamblea de cubanos, para que fuéramos a verle juntos. Yo admiraba altamente el vigor general de aquel escritor único, a quien había conocido por aquellas formidables y líricas correspondencias que enviaba a diarios hispanoamericanos, como La Opinión Nacional, de Caracas, El Partido Liberal, de México y, sobre todo, La Nación, de Buenos Aires. Escribía una prosa profusa, llena de vitalidad y color, de plasticidad y de música. Se transparentaba el cultivo de los clásicos españoles y el conocimiento de todas las literaturas antiguas y modernas; y sobre todo, el espíritu de un alto y maravilloso poeta. Fui puntual a la cita, y en los comienzos de la noche entraba en compañía de Gonzalo de Quesada por una de las puertas laterales del edificio en donde debía hablar el gran combatiente. Pasamos por un pasadizo sombrío; y, de pronto, en un cuarto lleno de luz, me encontré entre los brazos de un hombre pequeño de cuerpo, rostro de iluminado, voz dulce y dominadora al mismo tiempo y que me decía esta única palabra: "¡Hijo!"
Era la hora ya de aparecer ante el público, y me dijo que yo debía acompañarle en la mesa directiva; y cuando me di cuenta, después de una rápida presentación a algunas personas, me encontré con ellas y con Martí en un estrado, frente al numeroso público que me saludaba con un aplauso simpático. ¡Y yo pensaba en lo que diría el gobierno colombiano, de su cónsul general sentado en público, en una mesa directiva de revolucionarios antiespañoles!
Martí tenía esa noche que defenderse. Había sido acusado, no tengo presente ya si de negligencia, o de precipitación, en no sé cuál movimiento de invasión a Cuba. Es el caso, que el núcleo de la colonia le era en aquellos momentos contrario; mas aquel orador sorprendente tenía recursos extraordinarios, y aprovechando mi presencia, simpática para los cubanos que conocían al poeta, hizo de mí una presentación ornada de las mejores galas de su estilo. Los aplausos vinieron entusiásticos, y él aprovechó el instante para sincerarse y defenderse de las sabidas acusaciones, y como pronunció en aquella ocasión uno de los más hermosos discursos de su vida, el éxito fue completo y aquel auditorio antes hostil, le aclamó vibrante y prolongadamente.
Concluido el discurso, salimos a la calle. No bien habíamos andado algunos pasos, cuando oí que alguien le llamaba "¡ Don José! ¡Don José!". Era un negro obrero que se le acercaba humilde y cariñoso. "Aquí le traigo este recuerdito", le dijo. Y le entregó una lapicera de plata. "Vea usted, me observó Martí, el cariño de esos pobres negros cigarreros. Ellos se dan cuenta de lo que sufro y lucho por la libertad de nuestra pobre Patria". Luego fuimos a tomar el té a casa de una amiga suya, dama inteligente y afectuosa, que le ayudaba mucho en sus trabajos de revolucionario.
Allí escuché por largo tiempo su conversación. Nunca he encontrado, ni en Castelar mismo, un conversador tan admirable. Era armonioso y familiar, dotado de una prodigiosa memoria, y ágil y pronto para la cita, para la reminiscencia, para el dato, para la imagen. Pasé con él momentos inolvidables, luego me despedí. Él tenía que partir esa misma noche para Tampa, con objeto de arreglar no sé qué preciosas disposiciones de organización. No le volví a ver más.
(Del libro Autobiografía)
Fecha de Publicación en Bohemia: 25 de enero de 1963
IMPRESIÓN DE JOSÉ MARTÍ
Por: RUBÉN DARÍO
Me hospedé en un hotel español, llamado el hotel América, y de allí se esparció en la colonia hispanoamericana de la imperial ciudad la noticia de mi llegada. Fue el primero en visitarme un joven cubano, verboso y cordial, de tupidos cabellos negros, ojos vivos y penetrantes y trato caballeroso y comunicativo. Se llamaba Gonzalo de Quesada y Miranda, y es hoy ministro de Cuba en Berlín. Su larga actuación panamericana es harto conocida. Me dijo que la colonia cubana me preparaba un banquete que se verificaría en casa del famoso restaurateur Martín, y que el "Maestro" deseaba verme cuanto antes. El Maestro era José Martí, que se encontraba en esos momentos en lo más arduo de su labor revolucionaria. Agregó, asímismo Gonzalo, que Martí me esperaba esa noche en Hermand Hall, en donde tenía que pronunciar un discurso en una asamblea de cubanos, para que fuéramos a verle juntos. Yo admiraba altamente el vigor general de aquel escritor único, a quien había conocido por aquellas formidables y líricas correspondencias que enviaba a diarios hispanoamericanos, como La Opinión Nacional, de Caracas, El Partido Liberal, de México y, sobre todo, La Nación, de Buenos Aires. Escribía una prosa profusa, llena de vitalidad y color, de plasticidad y de música. Se transparentaba el cultivo de los clásicos españoles y el conocimiento de todas las literaturas antiguas y modernas; y sobre todo, el espíritu de un alto y maravilloso poeta. Fui puntual a la cita, y en los comienzos de la noche entraba en compañía de Gonzalo de Quesada por una de las puertas laterales del edificio en donde debía hablar el gran combatiente. Pasamos por un pasadizo sombrío; y, de pronto, en un cuarto lleno de luz, me encontré entre los brazos de un hombre pequeño de cuerpo, rostro de iluminado, voz dulce y dominadora al mismo tiempo y que me decía esta única palabra: "¡Hijo!"
Era la hora ya de aparecer ante el público, y me dijo que yo debía acompañarle en la mesa directiva; y cuando me di cuenta, después de una rápida presentación a algunas personas, me encontré con ellas y con Martí en un estrado, frente al numeroso público que me saludaba con un aplauso simpático. ¡Y yo pensaba en lo que diría el gobierno colombiano, de su cónsul general sentado en público, en una mesa directiva de revolucionarios antiespañoles!
Martí tenía esa noche que defenderse. Había sido acusado, no tengo presente ya si de negligencia, o de precipitación, en no sé cuál movimiento de invasión a Cuba. Es el caso, que el núcleo de la colonia le era en aquellos momentos contrario; mas aquel orador sorprendente tenía recursos extraordinarios, y aprovechando mi presencia, simpática para los cubanos que conocían al poeta, hizo de mí una presentación ornada de las mejores galas de su estilo. Los aplausos vinieron entusiásticos, y él aprovechó el instante para sincerarse y defenderse de las sabidas acusaciones, y como pronunció en aquella ocasión uno de los más hermosos discursos de su vida, el éxito fue completo y aquel auditorio antes hostil, le aclamó vibrante y prolongadamente.
Concluido el discurso, salimos a la calle. No bien habíamos andado algunos pasos, cuando oí que alguien le llamaba "¡ Don José! ¡Don José!". Era un negro obrero que se le acercaba humilde y cariñoso. "Aquí le traigo este recuerdito", le dijo. Y le entregó una lapicera de plata. "Vea usted, me observó Martí, el cariño de esos pobres negros cigarreros. Ellos se dan cuenta de lo que sufro y lucho por la libertad de nuestra pobre Patria". Luego fuimos a tomar el té a casa de una amiga suya, dama inteligente y afectuosa, que le ayudaba mucho en sus trabajos de revolucionario.
Allí escuché por largo tiempo su conversación. Nunca he encontrado, ni en Castelar mismo, un conversador tan admirable. Era armonioso y familiar, dotado de una prodigiosa memoria, y ágil y pronto para la cita, para la reminiscencia, para el dato, para la imagen. Pasé con él momentos inolvidables, luego me despedí. Él tenía que partir esa misma noche para Tampa, con objeto de arreglar no sé qué preciosas disposiciones de organización. No le volví a ver más.
(Del libro Autobiografía)
MARTI, VISTO POR MAXIMO GOMEZ
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Fecha de Publicación en Bohemia: 25 de enero de 1963
JOSÉ MARTÍ
Por: MÁXIMO GÓMEZ
Fue José Martí muy poco conocido de sus compatriotas, los cubanos, en el verdadero, esplendoroso apogeo de su gloria. La verdad sea dicha: yo no he conocido otro igual en más de treinta años que me encuentro al lado de los cubanos en su lucha por la independencia de la Patria.
Martí fue cariñosamente admirado en la tribuna, donde flageló siempre a la tiranía y se hizo amar del pueblo cuyos derechos defendía con tesón incansable.
Desde allí, al decir de muchos criollos y extraños, se hizo un hombre notable.
Supo buscar en el libro y en el periódico los mejores y más cariñosos factores poniéndolos al lado del obrero cubano en el taller de trabajo para que se instruyera, principalmente en el amor a las cosas de la Patria, y se sintiera después bien hallado con la nueva sociedad que debía venir; creándose de ese modo la República por le pueblo y para el pueblo. Predicó la escuela como la panacea que curaría todos nuestros males como consecuencia de una vida anterior de atraso crudísimo, de privilegio y oscurantismo.
Aún siendo niño se encaró contra el poder usurpador de los derechos de su Patria, y por eso vagó llevando un grillete al pie, pues buen cuidado había que tener la tiranía de apagar en Cuba toda lámpara que, como Plácido, pudiese dar algún destallo de luz.
Siempre lo fue Martí, en suma: activo, rebelde, contra todas las tiranías y usurpaciones.
Enhorabuena, todo eso es espléndido y edificador, sublime si se quiere; pero Martí no debió tener necesidad de hacer grandes esfuerzos para llenar esa misión que él mismo se había impuesto. Para aquel cerebro dotado de sorprendentes recursos intelectuales y para aquel hombre de gran corazón, debemos presumir que no era una empresa que ofreciese grandes dificultades que vencer.
El atrevimiento era mesurado, se tenía que contar con el tiempo y esperar que la semilla fructificara nuevamente después de tantos fracasos. La esperanza no había muerto en el corazón del pueblo, y Martí, hombre de penetración, comprendió eso y en esa grande y sólida base apoyó el extremo de su palanca.
Pero llegó un momento para Cuba en que Martí debía completarse y se completó, y he aquí donde yo lo he visto grande y hermoso y donde muy pocos tuvieron la ocasión de contemplarlo, consumando el mayor de los sacrificios: franco, sencillo y resuelto, y sin que pudiese esperar, halagado, el aplauso: porque en la guerra todo es duro y escueto. Frente a la muerte no se puede mentir, hasta allí no se puede llegar sino desnudo de ficciones.
Yo vi a Martí entero y sin decaimiento cuando el tremendo fracaso de La Fernandina, en donde lo perdimos todo, quedándonos sin recursos y sin crédito como premio doloroso de algunos años de ímprobo trabajo. ¡Qué días tan amargos aquellos que nos tenía preparados el destino! Al lado de la terrible contrariedad que sufrían unos hombres preparados con entusiasmo para una gloriosa empresa, ese fracaso no solamente dejaba comprometida aun la vida, sino también algo más grande, el honor. Preciso era en lance tan desesperado jugarse el todo por el todo, y vi entonces a Martí, sin miedo y resuelto a correr los azares de una suerte por demás incierta, cuando para cumplir la palabra empeñada con la propia conciencia y con la Patria, nos lanzamos a la mar en débil barquichuelo, llevándoles en vez del elemento de guerra a los compañeros combatientes ya, la dolorosa noticia del fracaso. Los hombres de honor que sepan apreciar aquella desairada situación nuestra, sobre todo para Martí, que era el director de las cosas de fuera, han de pensar, junto conmigo, que era preciso poseer una gran dosis de entereza para no sentirse desconcertado ante tamaño infortunio, y muy bien pudiera apreciarse de manera distinta para la vehemencia de la opinión pública, desesperada por ver realizada la empresa con tanta insistencia anunciada. El pueblo, y sobre todo los eternos enemigos de la Revolución, podrían decir con sobra de razón: "He aquí el parto de los montes".
Después de eso vi a Martí resuelto y entero, cuando no contento el destino con la desgracia con la cual acababa de fustigarnos, dispuso fuésemos traicionados y abandonados en el mar por los mismos que se habían comprometido, mediante una retribución adelantada, a conducirnos a la tierra amada.
Momentos angustiosos fueron aquellos, capaces de meter miedo a los espíritus más fuertes y mejor templados y a los hombres como Martí no acostumbrados a los azares de la guerra. Extraño contraste, habíamos principiado con la más horrenda derrota, para obtener después, como se ha visto, la más espléndida victoria. Así ha sido Cuba y seguirá siéndolo.
Al fin vencimos de tantos trastornos y de tantas infamias y a costa de sacrificios sin cuento, y yo vi entonces también a Martí, atravesando las abruptas montañas de Baracoa con un rifle al hombro y una mochila a la espada, sin quejarse ni doblarse, al igual de un viejo soldado batallador, acostumbrado a marcha tan dura a través de aquella naturaleza salvaje, sin más amparo que Dios. Después de todo este martirizante calvario y cuando el sol que alumbraba las victorias principió a iluminar nuestro camino, yo vi a José Martí -¡qué día aquel!- erguido y hermoso en su caballo de batalla, en Boca de Dos Ríos. Como un venado, jinete, rodeado de aquellos diestros soldados, que nos recuerda la Historia, cubiertos de gloria en las pampas de Venezuela.
Allí, en Boca de Dos Ríos, y de esa manera gloriosa, murió José Martí. A esa gran altura se elevó para no descender jamás, porque su memoria está santificada por la Historia y por el amor, no solamente de sus conciudadanos, sino de la América toda también.
(Carta a Francisco María González, 1902)
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Fecha de Publicación en Bohemia: 25 de enero de 1963
JOSÉ MARTÍ
Por: MÁXIMO GÓMEZ
Fue José Martí muy poco conocido de sus compatriotas, los cubanos, en el verdadero, esplendoroso apogeo de su gloria. La verdad sea dicha: yo no he conocido otro igual en más de treinta años que me encuentro al lado de los cubanos en su lucha por la independencia de la Patria.
Martí fue cariñosamente admirado en la tribuna, donde flageló siempre a la tiranía y se hizo amar del pueblo cuyos derechos defendía con tesón incansable.
Desde allí, al decir de muchos criollos y extraños, se hizo un hombre notable.
Supo buscar en el libro y en el periódico los mejores y más cariñosos factores poniéndolos al lado del obrero cubano en el taller de trabajo para que se instruyera, principalmente en el amor a las cosas de la Patria, y se sintiera después bien hallado con la nueva sociedad que debía venir; creándose de ese modo la República por le pueblo y para el pueblo. Predicó la escuela como la panacea que curaría todos nuestros males como consecuencia de una vida anterior de atraso crudísimo, de privilegio y oscurantismo.
Aún siendo niño se encaró contra el poder usurpador de los derechos de su Patria, y por eso vagó llevando un grillete al pie, pues buen cuidado había que tener la tiranía de apagar en Cuba toda lámpara que, como Plácido, pudiese dar algún destallo de luz.
Siempre lo fue Martí, en suma: activo, rebelde, contra todas las tiranías y usurpaciones.
Enhorabuena, todo eso es espléndido y edificador, sublime si se quiere; pero Martí no debió tener necesidad de hacer grandes esfuerzos para llenar esa misión que él mismo se había impuesto. Para aquel cerebro dotado de sorprendentes recursos intelectuales y para aquel hombre de gran corazón, debemos presumir que no era una empresa que ofreciese grandes dificultades que vencer.
El atrevimiento era mesurado, se tenía que contar con el tiempo y esperar que la semilla fructificara nuevamente después de tantos fracasos. La esperanza no había muerto en el corazón del pueblo, y Martí, hombre de penetración, comprendió eso y en esa grande y sólida base apoyó el extremo de su palanca.
Pero llegó un momento para Cuba en que Martí debía completarse y se completó, y he aquí donde yo lo he visto grande y hermoso y donde muy pocos tuvieron la ocasión de contemplarlo, consumando el mayor de los sacrificios: franco, sencillo y resuelto, y sin que pudiese esperar, halagado, el aplauso: porque en la guerra todo es duro y escueto. Frente a la muerte no se puede mentir, hasta allí no se puede llegar sino desnudo de ficciones.
Yo vi a Martí entero y sin decaimiento cuando el tremendo fracaso de La Fernandina, en donde lo perdimos todo, quedándonos sin recursos y sin crédito como premio doloroso de algunos años de ímprobo trabajo. ¡Qué días tan amargos aquellos que nos tenía preparados el destino! Al lado de la terrible contrariedad que sufrían unos hombres preparados con entusiasmo para una gloriosa empresa, ese fracaso no solamente dejaba comprometida aun la vida, sino también algo más grande, el honor. Preciso era en lance tan desesperado jugarse el todo por el todo, y vi entonces a Martí, sin miedo y resuelto a correr los azares de una suerte por demás incierta, cuando para cumplir la palabra empeñada con la propia conciencia y con la Patria, nos lanzamos a la mar en débil barquichuelo, llevándoles en vez del elemento de guerra a los compañeros combatientes ya, la dolorosa noticia del fracaso. Los hombres de honor que sepan apreciar aquella desairada situación nuestra, sobre todo para Martí, que era el director de las cosas de fuera, han de pensar, junto conmigo, que era preciso poseer una gran dosis de entereza para no sentirse desconcertado ante tamaño infortunio, y muy bien pudiera apreciarse de manera distinta para la vehemencia de la opinión pública, desesperada por ver realizada la empresa con tanta insistencia anunciada. El pueblo, y sobre todo los eternos enemigos de la Revolución, podrían decir con sobra de razón: "He aquí el parto de los montes".
Después de eso vi a Martí resuelto y entero, cuando no contento el destino con la desgracia con la cual acababa de fustigarnos, dispuso fuésemos traicionados y abandonados en el mar por los mismos que se habían comprometido, mediante una retribución adelantada, a conducirnos a la tierra amada.
Momentos angustiosos fueron aquellos, capaces de meter miedo a los espíritus más fuertes y mejor templados y a los hombres como Martí no acostumbrados a los azares de la guerra. Extraño contraste, habíamos principiado con la más horrenda derrota, para obtener después, como se ha visto, la más espléndida victoria. Así ha sido Cuba y seguirá siéndolo.
Al fin vencimos de tantos trastornos y de tantas infamias y a costa de sacrificios sin cuento, y yo vi entonces también a Martí, atravesando las abruptas montañas de Baracoa con un rifle al hombro y una mochila a la espada, sin quejarse ni doblarse, al igual de un viejo soldado batallador, acostumbrado a marcha tan dura a través de aquella naturaleza salvaje, sin más amparo que Dios. Después de todo este martirizante calvario y cuando el sol que alumbraba las victorias principió a iluminar nuestro camino, yo vi a José Martí -¡qué día aquel!- erguido y hermoso en su caballo de batalla, en Boca de Dos Ríos. Como un venado, jinete, rodeado de aquellos diestros soldados, que nos recuerda la Historia, cubiertos de gloria en las pampas de Venezuela.
Allí, en Boca de Dos Ríos, y de esa manera gloriosa, murió José Martí. A esa gran altura se elevó para no descender jamás, porque su memoria está santificada por la Historia y por el amor, no solamente de sus conciudadanos, sino de la América toda también.
(Carta a Francisco María González, 1902)
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MARTI VISTO POR GABRIELA MISTRAL
Fecha de Publicación en Bohemia: 1ro. de febrero de 1953
"América tiene que agradecer esta labor cubana de mantener vivo a Martí", dice Gabriela Mistral
En cada viaje a Cuba, encuentra más ancha y difundida la vida y la obra del Apóstol. Su deuda al escritor, y a Sarmiento, "ese toro bravo". La visión del continente y la difusión de Martí en América. "Una nueva guerra arruinaría a Europa, a la humanidad". Enamorada de Martí...
Entrevista por: ÁNGEL AUGIER
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Alta, austera, serena, llega de nuevo a Cuba Gabriela Mistral, ansiosa de decir personalmente su "recado" al oído de José Martí, en su cumpleaños –en el centenario de aquel a quien ella ha llamado "el hombre más puro de la raza". Mucho nos ama Gabriela al Apóstol y a través de él y de su pueblo, a nuestra Isla, con un amor más acendrado cada día y renovado en cada ocasión en que el sol que iluminó la infancia de Martí, toca la rica humanidad de esta chilena universal, de esta gran mujer americana.
Eso solo justifica su presencia en las fiestas martianas, y el cariño y la devoción con que se acoge a la poetisa fuerte y tierna y a la educadora de profunda huella, en esta tierra que es ya como la de su espíritu.
Lucila Godoy Alcayaga es su nombre verdadero, y nació en Vicuña, en el norte de Chile, en abril de 1889. Autodidacta, por irresistible vocación ingresó en el magisterio a los 15 años, distinguiéndose pronto por su talento y consagración. El primer lauro por sus versos lo obtuvo en un certamen poético en 1914, en Santiago de Chile, y pronto su seudónimo de Gabriela Mistral se hizo frecuente al pie de magníficos poemas en revistas y libros de lectura. Por su personalidad pedagógica y literaria fue exaltada a directora de escuela en 1918, en Punta Arenas, y traslada a Santiago con igual categoría en 1921, cuando ya había alcanzado justa nombradía continental.
En 1922, el Instituto de las Españas de la Universidad de Columbia editó su primera colección de poemas: Desolación, punto de partida de su recia y fecunda obra lírica; y ese mismo año se trasladó a México invitada por el ministro de Educación, José Vasconcelos, para colaborar en la reforma docente desarrollada entonces. Allí publicó el Libro Lecturas para Mujeres, y regresó a Chile en 1925, después de viajar por Estados Unidos y algunos países de Europa, entre ellos España en que publicó su poemario Ternura.
En 1926 partió nuevamente al extranjero, para representar a su país en el Instituto de Cooperación Intelectual de la Liga de las Naciones, y entre 1930 y 1931 visitó nuevamente Estados Unidos y recorrió las Antillas y la América Central, donde ofreció conferencias y cursos en universidades e instituciones culturales. Fue en esa ocasión que vino a Cuba por primera vez y dio a conocer ese bellísimo estudio suyo sobre La lengua de Martí. Y desde 1932 ha desempeñado cargos consulares del Gobierno de Chile en ciudades de Europa y de América, y dictado conferencias y colaborado en principales diarios y revistas del Continente. Ha publicado posteriormente otros libros de poemas, entre ellos Tala, el producto de cuya primera edición dedicó al auxilio de los niños republicanos españoles.
(...)Ostenta el Premio Nobel de Literatura, que le fue concedido en 1945.
Vino directamente desde Nápoles, donde residía desde hace años como Cónsul General de su país, y proyecta pasar unas vacaciones en la Florida cuando abandone Cuba
La mirada profunda como de quien ha andado muchos caminos de meditación, y la voz listada de emoción, Gabriela no abandona el tema de Martí: "Me conmueve esta labor cubana constante de mantener vivo a Martí, de convivirlo. En otros países nuestros no ocurre eso: a nuestros héroes, a nuestros maestros, los veneramos dejándolos quietos. La lealtad cubana ha elegido a su hombre José Martí como quien elige su ejercicio cotidiano de amor que le crezca el alma, que le acicatee sin descanso las potencias y que no le deje morir el culto de lo heroico, del cual más vivimos que morimos. La justicia para Martí se la dan ustedes grande, pero no histérica. América lo agradece."
"Yo le debo mucho a Martí –dice Gabriela con su sencillez encantadora-. Es el escritor hispanoamericano más ostensible en mi obra. Después viene, en segundo término, ese toro bravo de la Argentina que es Sarmiento, a quien le falta la poesía, la fuerza lírica que sobraba a Martí. Con todo, era un lindo viejo mal genioso, que vivió peleando por la libertad y por la cultura, como Martí, con otros elementos y otro temperamento, peleó por la independencia. De hombres como ellos está necesitada esta América nuestra que nos duele".
El tema de Martí es entrañable en Gabriela Mistral: su rostro se ilumina y su habla lenta y armoniosa se hace más dulce: "Después de más de medio siglo, el resplandor que echa de sí esa carne mártir sigue creciendo; su aureola vale por la hornaza misma de los soles cubanos; su gloria viva, no ateneísta, es un brasero que arde en el bohío antillano, en la última escuela rural y en la institución civil de mujeres y de hombres. Yo me encuentro, cuando regreso a mi Antilla, esta gloria más planturosa que cuando la dejé, lo cual me hace feliz, por mi América, que tantas negruras feas de ingratitud lleva consigo..."
La ilustre chilena, como si fijara sus ojos dulces, pero severos sobre el continente, expresa en tono dolorido, tras de aspirar su cigarrillo: "Es agradecimiento todo en mi amor de Martí, no solo al escritor, también del guía de hombres terriblemente puro, que la América produjo en él, como un descargo enorme de los guías sucios que hemos padecido, que padecemos y que padeceremos todavía. Muy angustiada me pongo a veces cuando me empino desde la tierra extraña a mirar hacia nuestros pueblos... y les toco la injusticia social, que hace en el Continente tanto bulto como la cordillera misma, las viscosidades de la componenda falsa, el odio que lo tijeretea en todo su cuerpo, y la jugarreta trágica de barrio a barrios nacionales."
Cuando se le pregunta a la poetisa de Desolación sobre la reacción de la Europa que acababa de abandonar, ante los peligros de guerra, exclama adolorida: "¡Ah, ese tema es como si me tocaran una llaga. Me duele mucho esa demencia suicida de llevar a la humanidad a otra guerra, que significaría la ruina para todos los pueblos por varios años. Azuzar a la destrucción es criminal: es como calar las heridas aún abiertas! ¡Qué sería de Europa, del mundo, si vuelve a tirarse de bruces en el horror de otra guerra, de la que algunos para abreviar, llaman con siniestro acento ‘la Otra’...!"
Gabriela Mistral considera que Martí aún no es conocido en toda su grandeza en el continente. "Es preciso –dice- que se haga una edición de su obra para inundar los países de América, pero deberá ser barata para hacerla accesible a la clase media, pobre y a los trabajadores. Debe ser una selección de la obra de Martí con temas no absolutamente antillanos, sino de alcance más americano y universal, para que llegue su mensaje a la América del Sur. Allá vivimos muy distante de la cultura de las Antillas y de la América Central, cuyas literaturas no se conocen. Debía formarse un fondo común de estos países para difundir organizadamente los valores de su cultura."
Gabriela, con su habla queda, no cesa de bordear y encentrar el gran tema del Apóstol, tan caro a ella y como conciente de la reiteración gustosa, sonríe ampliamente y dice: "Voy a contarle un chiste: hace años, di una conferencia en un pueblito cubano, naturalmente sobre Martí. Como yo en el fondo soy una aldeana chilena siempre me gusta ir a los pueblos y hablar con sus gentes y a sus gentes. Cuando salía de mi conferencia, oí que una mujer comentaba: ¡Esa señora está enamorada de Martí!; me detuve y le respondí: ¡Y dígalo usted. Lo único que lamento es no haberlo llegado a conocer personalmente. Y usted también se hubiera enamorado de conocerlo...!"
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